Mis viejos nunca nos hicieron creer en Papá Noel.
Ellos estaban orgullosos de esa decisión, los hacía sentir padres esclarecidos. Para ellos era todo ganancia: nos evitaban un desengaño, se robustecía nuestra confianza en su palabra y, sobre todo, podían presindir de los regalos sin demasiadas explicaciones. Pero nos advirtieron que debíamos respetar la crueldad de los otros padres y que no estaba bien que fuéramos por la vida avivando pendejos. Siempre que pudimos, mis hermanas y yo respetamos la consigna.
Sin embargo, creo que a mi infancia le faltó algo. Sí, Papá Noel.
Suponía que después del brindis, los padres mandaban a los niños a dormir, ponían los regalos en el arbolito y ya: vino Papá Noel. Esa era toda la magia. Hasta que pasamos una navidad en la casa de unos amigos de mis viejos. Los Álvarez eran una familia enorme, llena de primos, tíos, y otros parientes. Algo que para mí era rarísimo porque mi papá y mi mamá son hijos únicos y entonces no tengo ni primos ni tíos ni familia numerosa. En la casa de los Álvarez podía ausentarse algún tío sin que nadie lo notara. Un elemento crucial para el verosímil navideño.
Con mis hermanas estábamos medio aburridas e indiferentes pero los otros nenes de la casa andaban como locos sopesando cómo había venido el año en castigos y recompensas. Adrenalina, expectativas, promesas que esperaban ser atendidas. De repente, se abrió una puerta y lo vimos. Vestido de rojo, la barba, las botas, ¡la bolsa!
¡Cómo me cagaron mis viejos! No eran honestos, ¡eran vagos!
Fede es el menor de mis sobrinos. Tiene su blog donde publica cuentos como "Mi abuela es una bestia" o "¿Qué pasaría si a un chico que gusta de una chica a la que le gusta tejer, se transformara en polilla?" Es vegetariano (herbívoro, solía decir) desde los tres o cuatro años y se come la fruta abrillantada del pan dulce y deja lo rico. A él le pasó con Papá Noel algo que mi hermana no había contemplado. Inexperiencia, supongo.
Como había sido un buen chico, pidió un regalo acorde a su comportamiento. Quería esas motos para chicos. Soñaba con la moto, la deseaba, la añoraba. Se le iban los ojos cuando pasaba por la juguetería. Estaba convencido de que este año se la había ganado, lo sabía, lo merecía.
No contaba con que la moto en cuestión salía un huevo y que mi hermana ni vendiendo los muebles de su casa se la podía comprar.
Fueron las doce, brindis, cohetes. Salimos al balcón a mirar los fuegos artificiales y en eso, se asomó Papá Noel, saludó y desapareció. Vamos al árbol a ver qué nos trajo.
Para Fede: un tubo de pelotitas de tenis y el conjunto de shortcito y remerita que tanto le había gustado a la abuela. ¿Papá Noel le da más bola a mamá? ¿No leyó la carta que le mandé? Acá hay un error.
Fede volvió al balcón y vió que Papá Noel estaba enfrente. Aparecía y desaparecía. Había viento y se movía rápido. En la ventanita del edificio de la esquina, dos pisos más abajo, en el balcón del cuatro piso.
Fede le gritó: ¡Gordo, volvé!
Nada.
Desesperación: Gordo, traeme la Harley.
Angustia: Gordo, vení, te equivocaste.
Le gritó hasta quedarse afónico. No hubo forma de sacarlo del balcón. Estaba aferrado a los barrotes, rojo de furia, gritando: Gordooooooooo.
Finalmente se resignó. Entró y con rencor nos dijo: Papá Noel es un gordo boludo.
Ellos estaban orgullosos de esa decisión, los hacía sentir padres esclarecidos. Para ellos era todo ganancia: nos evitaban un desengaño, se robustecía nuestra confianza en su palabra y, sobre todo, podían presindir de los regalos sin demasiadas explicaciones. Pero nos advirtieron que debíamos respetar la crueldad de los otros padres y que no estaba bien que fuéramos por la vida avivando pendejos. Siempre que pudimos, mis hermanas y yo respetamos la consigna.
Sin embargo, creo que a mi infancia le faltó algo. Sí, Papá Noel.
Suponía que después del brindis, los padres mandaban a los niños a dormir, ponían los regalos en el arbolito y ya: vino Papá Noel. Esa era toda la magia. Hasta que pasamos una navidad en la casa de unos amigos de mis viejos. Los Álvarez eran una familia enorme, llena de primos, tíos, y otros parientes. Algo que para mí era rarísimo porque mi papá y mi mamá son hijos únicos y entonces no tengo ni primos ni tíos ni familia numerosa. En la casa de los Álvarez podía ausentarse algún tío sin que nadie lo notara. Un elemento crucial para el verosímil navideño.
Con mis hermanas estábamos medio aburridas e indiferentes pero los otros nenes de la casa andaban como locos sopesando cómo había venido el año en castigos y recompensas. Adrenalina, expectativas, promesas que esperaban ser atendidas. De repente, se abrió una puerta y lo vimos. Vestido de rojo, la barba, las botas, ¡la bolsa!
¡Cómo me cagaron mis viejos! No eran honestos, ¡eran vagos!
Fede es el menor de mis sobrinos. Tiene su blog donde publica cuentos como "Mi abuela es una bestia" o "¿Qué pasaría si a un chico que gusta de una chica a la que le gusta tejer, se transformara en polilla?" Es vegetariano (herbívoro, solía decir) desde los tres o cuatro años y se come la fruta abrillantada del pan dulce y deja lo rico. A él le pasó con Papá Noel algo que mi hermana no había contemplado. Inexperiencia, supongo.
Como había sido un buen chico, pidió un regalo acorde a su comportamiento. Quería esas motos para chicos. Soñaba con la moto, la deseaba, la añoraba. Se le iban los ojos cuando pasaba por la juguetería. Estaba convencido de que este año se la había ganado, lo sabía, lo merecía.
No contaba con que la moto en cuestión salía un huevo y que mi hermana ni vendiendo los muebles de su casa se la podía comprar.
Fueron las doce, brindis, cohetes. Salimos al balcón a mirar los fuegos artificiales y en eso, se asomó Papá Noel, saludó y desapareció. Vamos al árbol a ver qué nos trajo.
Para Fede: un tubo de pelotitas de tenis y el conjunto de shortcito y remerita que tanto le había gustado a la abuela. ¿Papá Noel le da más bola a mamá? ¿No leyó la carta que le mandé? Acá hay un error.
Fede volvió al balcón y vió que Papá Noel estaba enfrente. Aparecía y desaparecía. Había viento y se movía rápido. En la ventanita del edificio de la esquina, dos pisos más abajo, en el balcón del cuatro piso.
Fede le gritó: ¡Gordo, volvé!
Nada.
Desesperación: Gordo, traeme la Harley.
Angustia: Gordo, vení, te equivocaste.
Le gritó hasta quedarse afónico. No hubo forma de sacarlo del balcón. Estaba aferrado a los barrotes, rojo de furia, gritando: Gordooooooooo.
Finalmente se resignó. Entró y con rencor nos dijo: Papá Noel es un gordo boludo.
3 comentarios:
www.cralo.blogspot.com
cuál es el blog de tu sobrino??
es un genio! :)
feliz navidad para vos, tu chico y tu hermosa hija!
El blog es fedenlaweb.blogspot.com, pero hace bastante que no actualiza (vago).
Muchas gracias Nessie, felicidades también para vos y los tuyos.
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