sábado
misantropía
Aprovechando que nos quedábamos solas el fin de semana, junté ropa, juguetes, libros, anteojos de sol (qué ilusa) y me fui al country de mis viejos. Entre que no paró de llover desde que llegamos y que es el año nuevo, no vi a nadie desde que llegué. Me genera una sensación extraña, casi tristeza, ver todas esas instalaciones sin que nadie las use nunca. Parece un cuento de Bradbury, el fin de la humanidad en los suburbios de Ezeiza. Las canchas de tenis vacías. La pileta climatizada vacía. El vestuario vacío. El salón de usos múltiples, la cancha de básquet, las canchas de fútbol y paddle, vacías. Las luces de encienden a determinada hora. El sauna se calienta pero nadie lo usa. El autito de la seguridad privada hace su circuito mecánicamente. Nadie. Me dan ganas de correr, usar indebidamente, abusar de tanto espacio vacío. Pero aprovecho que mi niña está distraída aporreando unos muñecos y sueño con encender un fuego para sentarme decimonónicamente a terminar de leer una novela. Algunos inconvenientes me salen al cruce. No quedan diarios ni tronquitos pequeños, sólo dos grandes y una revista. Todo un desafío. Consigo un par de piñas pero están mojadas. Aunque las pongo en el tostador no se terminan de secar. La cosa se complica. Cada vez que me agacho a tratar de prender el fuego, Pipi salta sobre mi espalda para que le haga caballito. Esta noche tendré un ataque de siático. Además terminé de comprobar que la Revista Luz no sirve ni siquiera para quemarla. Me frustro. No me quiero dar por vencida, seguramente reincidiré más tarde. Por ahora me conformo con un té y me abandono a esa extraña sensación de soledad.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario