Dicen que en Buenos Aires se hace teatro hasta abajo de las piedras. El domingo tuve la certeza de que eso es cierto al conocer la sala Alucía. Fui a ver el espectáculo de Bernardo Cappa Me dio lástima decirte que no. A las 7 menos diez toqué el timbre en un PH por la zona del Abasto. Creí que me había confundido al anotar la dirección. La cosa pintaba rara, era en un segundo piso, pero, jugada por jugada, me quedé.
Qué sensación rara esa de curiosear cómo viven los otros. Luego de atravesar un pasillo lleno de plantas y esculturas, subí por una escalera y entré a la casa de unos desconocidos que, luego de cobrarme la entrada, me invitaron a pasar al living. Había una pareja de chilenos, un tipo solo y algunas chicas más que también estaban esperando. Me saludaron. Me ofrecieron café. Tenían la misma cafetera de vidrio que usamos en casa. Unas nenas resoplaron cuando su mamá las mandó a jugar a la cocina. Yo me entretuve mirando los objetos que adornaban la vitrina: vasos y copas de distintos tamaños, miniaturas, juguetitos. ¿Qué edad tendrían los dueños de casa, o muy jóvenes o muy viejos, que exponen sus tesoros en un aparador?
Nos invitaron a pasar a la sala. Para mí, la función ya había empezado hacía rato.
Se apagaron las luces, la bizarrerie continuó.
Me dio lástima decirte que no pone en escena a una familia de clase media que se está yendo lenta pero irremediablemente al tacho. La típica familia tipo que podría habitar ése o cualquiera de los PH de la zona, un poco xenófoba, un poco tilinga, con su pasado glorioso y su presente de negación y miseria. Disputan su territorio con "los peruanos", ya no pueden pagar la cuota del club, reciben intimaciones del gobierno de la ciudad... En ese espacio cerrado, endogámico, logra ingresar alguien más. Es un funcionario público. Viene a "medir" la propiedad y lo que termina haciendo, solidarizado y seducido por esta familia, es tratar de ordenar el gran kilombo que le presentan.
La obra es desprolija, a veces los actores se anticipan y no terminan de crear del todo la tensión de las escenas, sin embargo lo que propone Me dio lástima decirte que no se disfruta de principio hasta el final. Cappa no sólo es el autor y director sino que además compone a Alicia, una madre un tanto depresiva, de manera magistral.
La escenografía adquiere mucha importancia cuando desde la puesta se prescinde de casi todo. La luz de una heladera puede iluminar u ocultar una escena. De hecho, no se utilizan los clásicos tachos de luz sino que enchufando un proyector de diapositivas o moviendo la heladera o incluso con el flash de una máquina de fotos se crean los climas de las distintas escenas. De la misma manera, el sonido lo da no una consola sino un grabadorcito de mano, pequeño, portátil. Todo se maneja desde el espacio escénico. Bernardo Cappa, desde la dirección, apuesta a la pobreza de recursos para enriquecer la puesta. Y le sale bien.
Qué sensación rara esa de curiosear cómo viven los otros. Luego de atravesar un pasillo lleno de plantas y esculturas, subí por una escalera y entré a la casa de unos desconocidos que, luego de cobrarme la entrada, me invitaron a pasar al living. Había una pareja de chilenos, un tipo solo y algunas chicas más que también estaban esperando. Me saludaron. Me ofrecieron café. Tenían la misma cafetera de vidrio que usamos en casa. Unas nenas resoplaron cuando su mamá las mandó a jugar a la cocina. Yo me entretuve mirando los objetos que adornaban la vitrina: vasos y copas de distintos tamaños, miniaturas, juguetitos. ¿Qué edad tendrían los dueños de casa, o muy jóvenes o muy viejos, que exponen sus tesoros en un aparador?
Nos invitaron a pasar a la sala. Para mí, la función ya había empezado hacía rato.
Se apagaron las luces, la bizarrerie continuó.
Me dio lástima decirte que no pone en escena a una familia de clase media que se está yendo lenta pero irremediablemente al tacho. La típica familia tipo que podría habitar ése o cualquiera de los PH de la zona, un poco xenófoba, un poco tilinga, con su pasado glorioso y su presente de negación y miseria. Disputan su territorio con "los peruanos", ya no pueden pagar la cuota del club, reciben intimaciones del gobierno de la ciudad... En ese espacio cerrado, endogámico, logra ingresar alguien más. Es un funcionario público. Viene a "medir" la propiedad y lo que termina haciendo, solidarizado y seducido por esta familia, es tratar de ordenar el gran kilombo que le presentan.
La obra es desprolija, a veces los actores se anticipan y no terminan de crear del todo la tensión de las escenas, sin embargo lo que propone Me dio lástima decirte que no se disfruta de principio hasta el final. Cappa no sólo es el autor y director sino que además compone a Alicia, una madre un tanto depresiva, de manera magistral.
La escenografía adquiere mucha importancia cuando desde la puesta se prescinde de casi todo. La luz de una heladera puede iluminar u ocultar una escena. De hecho, no se utilizan los clásicos tachos de luz sino que enchufando un proyector de diapositivas o moviendo la heladera o incluso con el flash de una máquina de fotos se crean los climas de las distintas escenas. De la misma manera, el sonido lo da no una consola sino un grabadorcito de mano, pequeño, portátil. Todo se maneja desde el espacio escénico. Bernardo Cappa, desde la dirección, apuesta a la pobreza de recursos para enriquecer la puesta. Y le sale bien.
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