lunes

el día que Perla voló (cont.)

Había prometido contar cómo fue que Perla, la perra más fea del mundo, se elevó por los aires y si no llegó al cielo fue porque, como recordarán, ya no era virgen.
Clarita era también amiga de los mellizos Amalia y Santiaguito Pombo. Amy se sentaba con Clarita cuando yo estaba enferma, es decir que era mi reemplazo en el colegio. Pero no salía con nosotras los fines de semana porque Amy siempre tuvo novio. De primero a quinto año, pasó sin solución de continuidad de un Bichi a un Bubi. Un Osi y una breve incursión en Cuchi-cuchi completan su prontuario amoroso juvenil. Amy ocupaba sus horas bautizando peluches y dibujando corazones enormes en su carpeta y hablando de lo lindos que iban a ser sus hijitos. Tenía una letra horrible pero se enojaba si se lo decías. En realidad, no soportaba ninguna crítica. Supe que se recibió de médica gastroenteróloga.
Clarita la quería mucho, yo (lo reconozco) apenas la toleraba. Me llevaba mucho mejor con su hermano mellizo que, sorprendentemente, no se le parecía en nada. Santiaguito era bastante chicato, petiso y se vestía siempre de negro. Increíble que un mismo útero haya gestado a un tiempo dos criaturas tan opuestas: una Barbie edulcorada y un new-romantic enano. Pero así fue, créanme. La mayor virtud de Santiaguito fue la de ser amigo del maravilloso Enrique Apostillas, el chico que nos gustaba a todas.
Enrique Apostillas era hermoso. Tenía una sonrisa que te dejaba idiota y un cuerpo estilizado y musculoso que hacía que el uniforme del colegio le quedara como el smoking a James Bond. Además le iba super bien en el colegio. Por otra parte, fue de los primeros en dejarse el pelo un poco más largo y se lo ataba con una colita, gesto rebelde que nos hacía suspirar de amor.
A pesar de la intensidad de nuestros sentimientos, sabíamos que estaba total y absolutamente afuera de nuestro alcance. Enrique Apostillas salía con la chica más linda del colegio. Después la dejó para salir con la más linda de la facultad. No fue tenista profesional porque le iba mejor como empresario. Hace poco me enteré que también se ganó la lotería. Seguro que en otra vida Enrique Apostillas fue Gandhi o algo así para merecer tanto.
A mí me gustó de entrada pero a Clarita no. Con ella fue diferente. Una vez, en un recreo, dos tarados le robaron la mochila y jugaban a pasársela. Ella tenía miedo de que la abrieran y descubrieran que tenía unos Siempre-libre nocturnos, extra extra extra grandes y una bombacha de repuesto. Clarita vivía sus menstruaciones de manera exagerada. Corría desesperada de un lado a otro y les gritaba para que le devolvieran sus cosas. Sentado en el fondo, Enrique Apostillas intercedió. Sin levantar la vista del banco donde estaba copiando un machete dijo en voz alta: "No jodan, che". Y así fue que nació el amor.
A partir de ese momento lo incorporamos a nuestras conversaciones. Con Clarita hablábamos de cine, de novelas, de gustos de helados y, también, de Enrique Apostillas. Por lo menos, durante las vacaciones que pasamos juntas en Pinamar. De una forma o de otra, siempre volvíamos al tema. Clarita aseguraba que si en Chamberlain hubiera habido un Enrique Apostillas y su "no jodan, che", Carrie no hubiera destruido la secundaria Ewen ni a todo el pueblo. Yo me permitía dudar un poco y así surgía el debate. Lo amábamos, lo deseábamos, soñábamos con él. Se podrán imaginar nuestra conmoción cuando nos enteramos que Enrique Apostillas estaba en Pinamar ese verano.

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