jueves

la culpa no es del chancho

Hace ya varios años, razones sentimentales que no vienen al caso me llevaron a recorrer Centroamérica entrevistando Pymes con un grupo de sociólogos. Así conocí cómo es que se hacen ladrillos, pan o zapatos en varias ciudades de El Salvador.
Los primeros días, todo era entusiasmo. Conocer la ciudad, usar la pileta del hotel, comer en restaurantes de lujo (el cambio nos favorecía y, además, ese tipo de trabajos suele ser bien pago). Me sorprendió ver en el shopping mall de San Salvador un negocio que vendía chalecos antibalas, algo que iba en consonancia con las itacas que los custodios lucían en plena calle. Paseamos por la zona rosa (área concheta de la ciudad) y comimos pupusas en un fondín.
Después empezó el trabajo. Dos argentinos, una francesa y un alemán arrepentido era el equipo de sociólogos. También estaba yo que no entendía demasiado de nada. Las primeras entrevistas, una fábrica de zapatos, una tornería y una de bombachas, me resultaron interesantes. Los sociólogos iban, preguntaban por el nivel de educación, el tipo de cosas que fabricaban y cómo lo hacían. Los tipos nos mostraban las instalaciones. Todos contentos. A la quinta entrevista, me empecé a aburrir. Entonces, me quedaba en la van y charlaba con el chofer.
Don Antonio era un hombre mayor, un poco gordo y canoso. Conocía su oficio: no sólo manejaba muy bien sino que además tenía la parquedad y picardía justas. Si no le hablabas, él ni mosqueaba. Una de las primeras cosas que me dijo era que él nunca había ido al teatro, que eso no le interesaba.
Un día me preguntó si podía prender la radio. Todas las tardes escuchaba un programa cómico que duraba media hora. El tipo era una especie de Fernando Peña, quizás no tan talentoso, que hacía humor político. Don Antonio me iba instruyendo sobre las próximas elecciones y los modismos de su país. A veces se ponía colorado ante la posibilidad de explicarme un chiste medio guaso. Cuando terminaba el programa, Don Antonio apagaba la radio pero nos quedábamos charlando y riéndonos de lo que habíamos escuchado hasta que volvían los sociólogos. Así fue como me confesó que todos los años iba a ver el show que hacía ese cómico.
-¿Pero cómo, no es que nunca había ido al teatro?
- No, pero eso es distinto.
-¿Hay escenario? ¿Hay público? Es teatro.
-Bueno, pero no es eso, así como le gusta a usted.
-¿Así cómo?
-No sé... aburrido.
Hace poco leí una novela en la que se hablaba bastante de teatro, sobre todo del llamado "comercial" y el de revista. El teatro estaba muy presente: los personajes iban seguido a distintas salas pero no disfrutaban de lo que veían. No se salvaba ni el circuito oficial ni el off ni el comercial. Y me acordé de Don Antonio y de cómo su idea de "teatro" no se correspondía con aquello que lo movilizaba para pagar una entrada y ver un espectáculo sabiendo que lo podía disfrutar.

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