domingo

Tío Vania en el festival

Nuevamente dejé a mi hija al cuidado de su padre para ir al teatro. Esta vez, le tocó el turno a otro clásico de la dramaturgia universal: Tío Vania de Anton Chejov.
Al entrar a la sala, los actores ya están en escena, sentados, esperando que el público se acomode para comenzar la función. Uno hace un gesto, se acomoda, y continúan esperando. Seguirán así aun cuando se apague la luz. De esta manera, el pasaje entre la espera previa y el comienzo de la obra resulta tan suave que más bien se trata de una continuidad. Algo que muchas veces se ha intentado y pocas veces vi que se resolviera tan bien. Esa espera marca de a minutos el paso del tiempo, lo vuelve tangible, lo materializa y resulta súmamente pertinente para la comprensión de la obra.
En el programa de mano se insiste mucho (demasiado) en determinados aspectos de la puesta: la disposición escénica y el casting de actores. El escenario se convirtió, por obra de Annette Kurz, en un salón de baile o mejor, en su negación. El enorme y despojado piso de madera tiene unas ondulaciones que lo vuelven una trampa para los actores. Parece que si algo resulta difícil, eso es moverse en semejante superficie, ni hablar de intentar bailar. El otro aspecto fue contrastar visualmente a los personajes: eligieron actores mucho más viejos que lo estipulado por Chejov, salvo para el caso de Sonia, Elena y el doctor Astrov. Visiblemente reconocibles en su juventud, por eso mismo resultan más patéticos. Sin duda el director, Luk Perceval, saca mucho provecho de estas decisiones extremando los rasgos de todos los personajes. Vemos a Astrov siempre borracho, a Sonia luchando con sus represiones, a Vania más enojado con su ex cuñado que enamorado de Elena. Lo que en el texto sucede una noche de tormenta, en la puesta de Perceval se vuelve expresionista cuando llueve torrencialmente sobre el escenario y los actores. El gran acierto de la puesta es que logra trasmitir en todo momento esas pasiones desgarradoras que arrasan a estos seres y al mismo tiempo, toda su parálisis y mediocridad por no estar a la altura de lo que desean. Resulta patético ver a Vania gritar "me cagaron, se me pasó la vida y no hice nada con ella" y al mismo tiempo corretear a Elena y tratar de robarle un beso o tocarle el culo.
Un detalle: en el subtitulado, optaron por usar el voseo y los modismos porteños en la traducción del neerlandés original y creaba un efecto bastante extraño, sobre todo en las puteadas y en el uso del "che".
Con esta obra terminó lo que pude ver de esta edición del festival internacional de teatro. Poco en comparación con la oferta que hubo, pero conformando un subconjunto bastante homogéneo en el interés por volver a textos clásicos. La manera de revisitar obras de Chejov, Tennesse Williams o Shakespeare y descubrir que todavía tienen mucho para decirnos.

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