miércoles

spanglish

Directamente de los lagos de Michigan, el método más novedoso para aprender español:

1. Boy as n r = Voy a cenar = I'm gonna have a dinner
2. N L C John = en el sillon = on the armchair
3. Be a hope and son = viejo panzon = fat old man
4. Who and see to seek ago = Juancito se cagó = Little John is a
chickenshit.
5. S toy tree stone = estoy triston = I'm kind a sad.
6. Lost trap eat toss = los trapitos = the little rags
7. Desk can saw = descanso = (you) rest.
8. As say toon as = aceitunas = olives.
9. The head the star mall less stan dough = deje de estar molestando =
stop bugging me.
10.See eye = si hay = yes we have
11. T n s free o ? = tienes frío = are you cold?
12. T N S L P P B N T S O = Tienes el pipi bien tieso = you have an erection.
13. Tell o boy ah in cruise tar = Te lo voy a incrustar = I'm going to
insert it in you


Gracias Noe.

jueves

pichones II

Ya era de madrugada cuando salí del bar. Había trabajado toda la noche pero no estaba cansada. Era una mañana hermosa y no quería volver a casa. Para demorarla un poco más empecé a caminar. Las calles estaban vacías, no había ni una nube, yo estaba feliz.
Un chico se me acercó y me preguntó la hora. Yo le dije que no tenía reloj pero que era o muy temprano o muy tarde y le sonreí. Él dudó un momento y luego sacó un revólver. No es que lo sacó, más bien me lo mostró y me ordenó que le diera la mano.
Mientras caminábamos me dijo las cosas de rigor, que si me portaba bien no me iba a pasar nada, ese tipo de cosas. Yo trataba de pensar rápido pero no se me ocurría nada. Me llevó a una plaza donde habían muchos arbustos. Se ve que él conocía bien el lugar. Nos sentamos. Me pidió la plata que tenía. Yo no había guardado las propinas de la noche en la billetera, sino que las había metido así nomás en la cartera. Empecé a sacar los billetes hechos bollitos. La cosa venía mal. Cuando terminó de estirar la plata y de contarla, me mostró que la pistola tenía balas. Fue un ejercicio de poder, innecesario dadas las circunstancias pero en algún punto tranquilizador. Me quiso decir que podría haber disparado y todavía no lo hizo. Seguramente no había leído a Foucault pero lo entendía a la perfección.
Me pidió que me saque la ropa y se tendió en el piso para que se la chupara. Después me empezó a coger mientras me hacía preguntas como ¿dónde vivís?, ¿qué hacías sola por la calle?, ¿tenés novio?, ¿es famoso?, ¿cogés con él? Mentí todo lo que pude.
Le pedí que no me acabara adentro. Él aceptó pero me hizo chupársela un rato larguísimo, me agarraba de la nuca, me movía a su antojo. Yo dejaba hacer. Finalmente acabó. Un chorro de semen agrio me llenó la boca, quería que me lo trague pero se lo escupí en la panza. Tenía una cicatriz de apendicitis y era muy lampiño. Es lo único que me acuerdo de él. Si me lo cruzara por la calle, no lo reconocería. Era un chico, un hombre, como cualquiera, como cualquier hombre. Cerca nuestro habían unos pibes jugando a las escondidas, gritaban, se reían. Yo estaba paralizada. No iba a zafar, me iba a matar y esos tarados me iban a encontrar hecha un bollito en los arbustos. Pensé en mi papá y me dio vergüenza. Estaba desnuda, sucia, acobardada. No era manera para morir. No lo era. Pero ahí estaba. Me había puesto en esa situación y no encontraba salida.
El tipo se limpió y se vistió. Estiró los billetes que me había robado y me los dió. Quiso pagarme y así completar la humillación con mi propio dinero. Con la gente cerca se había puesto en guardia. Me felicitó por haberme portado bien y me dijo que me quede quieta, que no me mueva para nada y que no salga gritando "me violaron". Estaba tan atontada que recién ahí me cayó la ficha de que el tipo sabía perfectamente lo que me estaba haciendo. Me acababa de violar. Sin embargo, yo no lo sentía como una violación: ataque, golpes, violencia física. Esto me parecía en algún punto demasiado intelectual. Él se calzó el arma en el pantalón y salió corriendo como un cobarde. Supe que no me iba a matar pero tardé una hora antes de poder moverme. Tenía miedo. Me sentía culpable. Si me hubiera ido a mi casa en vez de estar pelotudeando por ahí, si no le hubiera sonreído, si no hubiera sido tan sumisa...
Salí como pude, me hice un buche con una coca-cola que compré en una estación de servicio y me fui a mi casa. No hice la denuncia. Tampoco les dije nada a mis viejos ni a mis amigas ni a nadie. Tenía la fantasía de que si no lo hablaba, iba a desaparecer. No quería quedar estigmatizada como "la violada". Grave error. Cuando no hacés lo que tenés que hacer, las cosas te vuelven y llegó un punto que más que terapia hubiera necesitado un exorcismo.
Me rapé la cabeza, suicidé todo rastro de femineidad en mí, pero fue en vano. La imagen en el espejo me repugnaba. Dejé de tener amigos varones. Empecé a sospechar en cada hombre a un violador y en algún punto a esperar que así fuera. Tuve un novio al que le hice tantas que si me ve venir, cruza la calle. Tuve otro y otros.
Empecé a tener miedo, a dejar que el miedo me limite, me domine, se convierta en mi ley. Salir a la calle me daba miedo. La intimidad con los otros me daba miedo. La soledad también. Sin embargo, no registraba cuánto me había reducido. Venía cada vez peor y nada podía evitarlo.
Un día tuve una epifanía que me rescató del miedo. Llegó de una forma bastante trivial pero tan contundente como innegable. Nunca me había tirado de un trampolín, nunca había estado en una pileta con trampolín. Cuando lo ví, algo de mi infancia se despertó. Primero el deseo y al mismo tiempo la negación. No era para mí. Todos se tiraron pero yo seguía sin probarlo. No quería reconocer que moría de ganas de saltar desde el más alto. Y lo hice. Sentí la resistencia de la tabla, el vaivén que me catapultó y el golpe frío al entrar en el agua. Ahí me dí cuenta de todo. Estaba viva.

lunes

el día que Perla voló (cont.)

Había prometido contar cómo fue que Perla, la perra más fea del mundo, se elevó por los aires y si no llegó al cielo fue porque, como recordarán, ya no era virgen.
Clarita era también amiga de los mellizos Amalia y Santiaguito Pombo. Amy se sentaba con Clarita cuando yo estaba enferma, es decir que era mi reemplazo en el colegio. Pero no salía con nosotras los fines de semana porque Amy siempre tuvo novio. De primero a quinto año, pasó sin solución de continuidad de un Bichi a un Bubi. Un Osi y una breve incursión en Cuchi-cuchi completan su prontuario amoroso juvenil. Amy ocupaba sus horas bautizando peluches y dibujando corazones enormes en su carpeta y hablando de lo lindos que iban a ser sus hijitos. Tenía una letra horrible pero se enojaba si se lo decías. En realidad, no soportaba ninguna crítica. Supe que se recibió de médica gastroenteróloga.
Clarita la quería mucho, yo (lo reconozco) apenas la toleraba. Me llevaba mucho mejor con su hermano mellizo que, sorprendentemente, no se le parecía en nada. Santiaguito era bastante chicato, petiso y se vestía siempre de negro. Increíble que un mismo útero haya gestado a un tiempo dos criaturas tan opuestas: una Barbie edulcorada y un new-romantic enano. Pero así fue, créanme. La mayor virtud de Santiaguito fue la de ser amigo del maravilloso Enrique Apostillas, el chico que nos gustaba a todas.
Enrique Apostillas era hermoso. Tenía una sonrisa que te dejaba idiota y un cuerpo estilizado y musculoso que hacía que el uniforme del colegio le quedara como el smoking a James Bond. Además le iba super bien en el colegio. Por otra parte, fue de los primeros en dejarse el pelo un poco más largo y se lo ataba con una colita, gesto rebelde que nos hacía suspirar de amor.
A pesar de la intensidad de nuestros sentimientos, sabíamos que estaba total y absolutamente afuera de nuestro alcance. Enrique Apostillas salía con la chica más linda del colegio. Después la dejó para salir con la más linda de la facultad. No fue tenista profesional porque le iba mejor como empresario. Hace poco me enteré que también se ganó la lotería. Seguro que en otra vida Enrique Apostillas fue Gandhi o algo así para merecer tanto.
A mí me gustó de entrada pero a Clarita no. Con ella fue diferente. Una vez, en un recreo, dos tarados le robaron la mochila y jugaban a pasársela. Ella tenía miedo de que la abrieran y descubrieran que tenía unos Siempre-libre nocturnos, extra extra extra grandes y una bombacha de repuesto. Clarita vivía sus menstruaciones de manera exagerada. Corría desesperada de un lado a otro y les gritaba para que le devolvieran sus cosas. Sentado en el fondo, Enrique Apostillas intercedió. Sin levantar la vista del banco donde estaba copiando un machete dijo en voz alta: "No jodan, che". Y así fue que nació el amor.
A partir de ese momento lo incorporamos a nuestras conversaciones. Con Clarita hablábamos de cine, de novelas, de gustos de helados y, también, de Enrique Apostillas. Por lo menos, durante las vacaciones que pasamos juntas en Pinamar. De una forma o de otra, siempre volvíamos al tema. Clarita aseguraba que si en Chamberlain hubiera habido un Enrique Apostillas y su "no jodan, che", Carrie no hubiera destruido la secundaria Ewen ni a todo el pueblo. Yo me permitía dudar un poco y así surgía el debate. Lo amábamos, lo deseábamos, soñábamos con él. Se podrán imaginar nuestra conmoción cuando nos enteramos que Enrique Apostillas estaba en Pinamar ese verano.

miércoles

El día que Perla voló

Quiero contar cómo fue el día que Perla voló. Pero para eso, primero tienen que saber quién es Clarita y cómo nos hicimos amigas. Sería bueno también que tuvieran en cuenta lo difícil que fue tanto para ella como para mí entrar en un colegio muy competitivo en primer año. Había que ser de reflejos rápidos, algo de lo que las dos carecíamos casi por completo.
De entrada no nos tuvimos especial simpatía, no, ni mucho menos. Ella era de las que no se habían avivado de darle dos vueltas a la kilt del uniforme para hacerla más cool, es decir, más corta. Es más, el primer recuerdo que tengo de ella fue cuando en una prueba de latín, el terror de los terrores, Clarita de tan nerviosa copió la fecha y también el nombre de su compañera de banco. El profesor de latín se hizo una fiesta, sádico como era, se burló de ella en frente de toda la clase. Desde ese momento, Clarita se convirtió en "la boluda que se copió hasta el apellido".
Su compañera de banco, un poco ofendida pero más temerosa de que la fama de Clarita le enchastrara sus aspiraciones de abanderada, la echó de su lado. Así fue que Clarita se vino a sentar conmigo.
Hacía poco que la mamá de Clarita había muerto. Su papá, que había amado desesperadamente a esa mujer, no sabía muy bien qué hacer con la adolescente despistada y preguntona que le quedó a cambio. Era así como Clarita vivía en un mundo de viejos. Su padre, sus tías y Perla, la perra más fea y mala que ví en mi vida.
A pesar de alternar entre un ambiente violento y hostil como era el de mi colegio y una casa fría y triste, Clarita era un ser extremadamente alegre. Yo, por mi parte, que no vivía nada parecido a su situación, me dedicaba full time a ser lo más desdichada posible. Y a veces, hasta lo conseguía.
Pero yo quería hablar de Perla. Nombre pretencioso y anticuado para una perra un poco más grande que una rata, de color grisáceo y uñas largas que hacían un ruido muy desagradable cuando chocaban con el piso de cerámica. Sin embargo, la característica fundamental de Perla era su ladrido. Estridente, constante, aturdidor.
Desde que tocabas el timbre de la casa de Clarita, ya se escuchaba venir al monstruo, golpear contra la puerta una y otra vez como si te fuera a comer. Daba impresión, parecía un animal enorme. Después, Clarita abría la puerta y la veías y no podías creer que algo tan chiquito fuera tan quilombero. Ahí, cuando bajabas la guardia, la perra te tiraba el tarascón.
Ruidosa, mala y traicionera.
Después venían los gritos de Clarita que se superponían a los ladridos de la perra y que se suponía eran para que se calme. Si el secundario hubiera sido más largo, fija que me quedaba sorda.
Sacarla a pasear era penoso desde todo punto de vista. Clarita vivía cerca de Barrancas. Desde la puerta de calle, Perla salía disparada, daba saltos, gritaba, gruñía. La gente se daba vuelta para verla. Esperaban un rottwieler asesino y aparecía la rata con megáfono. No daba para que los chicos del Manuel Belgrano nos vieran paseando a un perro tan feo. Resultaba avergonzante. Al menos para mí. El tema era que sacar a pasear a Perla resultaba para Clarita un momento de felicidad supina. Por eso nunca me pude negar a acompañarla, aun a riesgo de quedar escrachada como la amiga de la dueña del perro de Chucky.
Yo estaba convencida de que el problema de Perla era la castidad. Le decía a Clarita, dale, hacé que coja, que se relaje un poco, esta perra está estresada. Pero qué perro se le podía acercar a semejante animal. Había que ser valiente, ciego y sordo. Pero, como le solía decir mi primer jefe a su mamá: "siempre hay alguien más loco que uno". Aquello que parecía imposible, un día pasó.
Violaron a Perla, escribió Clarita en la agenda. Perra amarga, ni siquiera disfrutó de su primera y única vez en el amor.
Esa relación tuvo sus consecuencias: tres cachorritos. Uno nació muerto y los otros dos eran tan feos que Clarita tuvo que pagarle a la veterinaria para que aceptara regalarlos.
Se me pasó el rato y no les dije cómo fue que Perla se elevó por los aires. Pero para eso tendría que contarles de Amalia, una chica igual a Uma Thurman pero fea (creanme que algo así es posible), de Stephen King en Pinamar y de una sombrilla a lunares.
Tal vez mañana.