miércoles

felices fiestas

Se terminó el año y yo todavía me siento en octubre. Si sigo así, el espíritu navideño me va a llegar para abril.

martes

pichín

Tengo que hacerme unos análisis: el famoso sangre y orina. El horario de atención es bastante corto y yo a la mañana tan temprano no funciono del todo bien: el día empezó mal. A las apuradas cargo en la cartera las órdenes, el tarrito, un pañal de la niña, pañuelos, los documentos del auto, llaves, dinero, agenda y subimos al auto con la niña disfrazada con la ropa del acto de fin de año, incluido el arreglo floral en la cabeza. Llego al laboratorio y veo que mi cartera está sospechosamente goteando. Lo miro y no lo puedo creer. No atino a nada. Bajo como puedo del auto. La niña baja con un globo rojo enorme. Vamos corriendo porque si no voy a tener que volver otro día. En la recepción, un chico muy simpático me dice que saque un número y espere. Me acomodo en un asiento y saco todo de mi cartera. Un asco. Las órdenes se me empaparon. Uso el pañal de Pierina para ver si absorbe todo. Estoy abandonada al asco. El chico simpático ve a mi hija jugar con el globo, se enternece y me dice: sacale una foto, ¿no tenés celular? Le digo que mi celular es del siglo pasado mientras seco la agenda con una carilina. Sigo tratando de secar el líquido de mi cartera y que no se note tanto el enchastre. Recuerdo las propagandas de pañales y su poder de absorción, no lo compruebo del todo. En la sala de espera, hay antes que yo una madre con un bebé que tendrá como mucho un mes. Lo miro bien y me parece que tiene cara de contador. Me deprime un poco ese pensamiento.
124, dice el chico simpático.
Me levanto para que me atienda. Cuando le doy las órdenes me mira y me dice: "¿no será pichín, esto? Acá se ve cada cosa...
Nooooo, le digo yo muerta de vergüenza y le echo la culpa a Pierina. Me hacen pasar a otra sala donde una enfermera muy malhumorada me mira y me dice: esto está todo mojado de pis.
Yo no le puedo mentir y me doy cuenta de que es un error. Esa mujer es la que me va a pinchar el brazo y está claro de que eso la predispuso muy mal. Pierina corre y tira el globo por todo el salón y tengo miedo de que se manche con algo contaminante. Entramos en un cubículo diminuto. Trato de distraer a mi niña mostrándole cómo me atan el brazo pero no quiero que se asuste al ver cuando me pinchan o cuando sacan la sangre. A ella, el procedimiento la entretiene. Ya está. Pero, acá viene la complicación. La enfermera me dice: tenías que traer dos muestras de orina. Pienso en la anegación que hubiera sido dos tarritos de pis volcados en mi cartera, pienso en que si son dos tarritos, serían el primer y segundo pis de la mañana, ¿servirán lo mismo? No se lo pregunto porque le veo en la cara que ya terminó su cuota de cordialidad para conmigo. Me voy sabiendo que mañana tengo que volver a enfrentar al chico simpático con la humillación de saber que sabe que le mentí y que estuvo en contacto con mi pis. Esta vez espero cerrarlo mejor.

viernes

Hace unos meses me preguntaron en una entrevista qué suponía se podía esperar de la gestión cultural (y específicamente teatral) del próximo gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Yo respondí esto.
Todavía no asumió el nuevo jefe de gobierno y siento que me equivoqué, casi que pequé de optimista. No tuve en cuenta la torpeza política que Macri y su equipo demostraron y menos aun consideré que fuera posible tamaño grado de estrechez mental como para considerar a la inversión en cultura como un gasto. Esa forma de evaluar en términos comerciales neoliberales los resultados de una gestión cultural (al punto de manejarse con caprichos como el de cerrar un canal de televisión porque no les gusta) me resulta criminal. Creo que a las gestiones pasadas les faltó hacer un montón de cosas pero no por eso hay que destruir lo que sí venían desarrollando y bien que lo hacían. Parece que esta gente no sabe que aquello que se suele englobar en el amplísimo término de "cultura" genera lazos, comunidad y un sentimiento de pertenencia que se identifica como ciudadanía. ¿Cómo se les ocurre, entonces, que "va a estar bueno Buenos Aires"?

martes

la venganza de las señoritas

Se viene fin de año y en el jardín de Pipi están preparando el acto que va a ser en un teatro y con entrada. ¿La nena no tiene dos años? Sí. En fin...
El jueves pasado me mandaron el instructivo para hacerle el disfraz, con la aclaración de que tenía que estar listo para el lunes. Tobilleras y muñequeras de papel de colores. Bien. Manos a la obra. Primer contratiempo: llegué tarde y se acabó el papel metalizado en todo el barrio. Hay mamás más previsoras que yo. Fin de semana, andá a encontrar una librería abierta. No puedo permitir que la niña sea la única sin sus muñequeras. Llanto, fracaso, frustración. Mi marido llamándome desde Easy con dudas sobre la consigna: si es papel plateado, ¿cómo puede ser de colores? No, dejá. Ya veremos. Lunes por la mañana (despertador incluído), se subió al auto y buscó hasta consiguir el bendito papel de regalo liso, metalizado y de colores (no confundir con el papel glasé porque ese es opaco por detrás y no brillante). Genio.
Me puse manos a la obra. Cortar, pegar, medir, coser. (¿a qué perverso ente del mal puede ocurrírsele la prometeica tarea de coser papel brillante?) Después de cuatro horas reales por reloj terminé mi labor, enceguecida por los destellos de los hologramas del papel metalizado. Orgullosa, se las mostré a la directora del jardín que me dijo: "bueno, ya que aprendiste a hacerlas, tené unas de repuesto porque ésas son para ensayar. No llegan sanas al acto."
Nuevamente saboreando el sin sentido volví a casa con la certeza de ser parte de una economía perversa. El trato sería así: yo me haré cargo de tus hijos siempre y cuando vos aceptes realizar una serie de tareas inútiles pero trabajosas con que ocupar el tiempo libre que te estoy regalando.
Ahora me pidieron un arreglo floral para la cabeza. Me parece que se lo voy a pedir a mi mamá.

brutos

Si esta es la idea que estos muchachos tienen de la cultura, mamma mia.

sábado

acá va la crónica de la defensa de la tesis

Ustedes lo pidieron, acá va la crónica. Viernes a las tres de la tarde. Afuera, el diluvio universal. Yo estaba bastante nerviosa. Me había peinado por horas con el secador y productitos, algo inútil absolutamente porque ni bien salí del baño tenía tanto frizz que parecía que un cordero dormía la siesta en mi cabeza. Llegué empapada de pies a cabeza y me econtré con que todavía no había nadie. Después aparecieron los jurados, mis amigos y mi mamá. Me dejaron el escritorio y leí con voz medio ñoña el texto que pongo al final. Estaba nerviosa. Sólo podía pensar en que no se notara que se me movía un dedo. Después vinieron las preguntas. Todo muy polite, muy amigable. Es bárbaro cuando te dicen cosas lindas sobre tu trabajo. Yo, agrandada. Después se reunieron para deliberar. Y al rato, el veredicto. La situación no dejaba de tener algo de ridículo, casi como si de verdad les importara todo eso. Me recomendaron la publicación. (By the way, ¿saben de una editorial amiga que pueda interesarse en una tesis de maestría sobre dramaturgos en la década del noventa?, la casa de altos estudios no se responsabiliza por sus recomendaciones) Después, saludos y besos y agradecimientos y nos fuimos con mi corderito a tomar algo por ahí.
Defensa de la Tesis de Maestría en Sociología de la Cultura
El lugar de la disolución. Lo joven y la tradición en el primer Caraja-ji

Antes de empezar quiero agradecer a los presentes el estar hoy aquí, a Cecilia Hidalgo su labor como tutora (con alegría y soltura siempre tuvo palabras de aliento para mí), a los jurados por haber aceptado constituirse como tales, sin duda un honor para mí, y por supuesto a mi marido que me bancó en todos y cada uno de los vaivenes de la realización de esta tesis.
No todos me conocen, voy a empezar presentándome. Mi carrera de grado fue la licenciatura en Letras, aunque siempre me interesaron los desafíos que traía el teatro como campo de investigación. Diciembre del 2001 no resultó ser el mejor momento para terminar la carrera, por lo menos no fue uno demasiado alentador. Mucha indeterminación. Sin embargo, fue precisamente en ese tiempo que me convocó la dirección del teatro Payró con la propuesta de escribir un libro conmemorativo de sus cincuenta años. La editorial EMECÉ publicó en el 2003 el resultado de esa, mi primera investigación. Aprendí mucho con esa experiencia: aprendí a trabajar con materiales provenientes de diferentes campos y también aprendí a que podía y quería escribir.
A la hora de pensar una maestría, me decidí por Sociología de la Cultura. Me interesaba la perspectiva interdisciplinaria que proponía. Los seminarios que más afines me resultaron fueron los tendientes a pensar objetos y prácticas culturales, a delimitar casos y a encontrar la relevancia de los mismos en su contexto. Pude profundizar algunas lecturas, incorporar otras nuevas, corroborar ciertos recelos con respecto a la teoría y explorar terrenos hasta entonces desconocidos para mí. Escribí monografías sobre temas y autores tan diversos como: el tarot, lecturas de El Matadero de Esteban Echeverría, una argumentación a favor de Carlo Ginzburg (como si eso fuera necesario), la tragedia de Cromagnón, Benjamin, etc., etc., etc. Promediando el segundo año de cursada, ya estuve más encaminada en cuanto a cuál sería mi tema de tesis. Iba a escribir sobre el Caraja-ji.
Desde el vamos me interesó la posibilidad de trabajar sobre un caso tan particular que me permitía una doble articulación: por un lado podía dar cuenta de un momento específico, puntual e irrepetible (situarme en un año casi como en un escenario para analizar las tensiones que allí se estaban desarrollando) y al mismo tiempo, podía ensayar una forma novedosa de leer textos dramáticos.

La tesis

Lo primero fue situarme en una coordenada bien precisa: el panorama teatral de Buenos Aires en 1996. Mi tarea se centraba en indagar las características y complejidades de uno de los grupos de dramaturgos, a mi entender, más interesantes surgidos en la década del ‘90: el Caraja-ji. Mi fuente principal consistió en buscar y entrevistar a sus ocho ex-integrantes: Carmen Arrieta, Alejandro Tantanián, Rafael Spregelburd, Alejandro Robino, Javier Daulte, Alejandro Zingman, Jorge Leyes e Ignacio Apolo. No siempre fue sencillo ubicarlos. Si bien todos continuaron ligados al teatro y la dramaturgia, los recorridos personales fueron bastante dispares. También recopilé lo escrito y publicado tanto en la prensa del momento como en revistas especializadas. Discutir las lecturas que se han hecho del grupo y su producción se convirtió para mí en un gran desafío. Por ejemplo, rastrear cómo se leyó algo tan magmático e inesperado como fue la irrupción de estos dramaturgos en ese preciso momento. En mi investigación traté de responder a las preguntas: ¿Cómo ingresaron los Caraja-ji al circuito teatral? ¿Cómo fue el pasaje de “joven dramaturgo” a autores consagrados? ¿Qué le aportaron estos escritores a la dramaturgia de los años noventa? No es vano repetir la importancia que tuvo el surgimiento de este grupo para la vitalidad del campo teatral porteño.
El otro gran desafío de mi investigación tenía que ver con las obras del Caraja-ji. ¿Cómo leer los textos que produjeron? Las publicaciones del grupo fueron mi fuente principal. Mi punto de partida fue la observación de que todos los textos del Caraja-ji abrevaban en discursos distintos a la tradición teatral que los precedía. Es por eso que se podían establecer referencias intertextuales con el cine, la televisión y géneros como el policial, el bildungsroman, la novela de aventuras o el rock. De esta manera, me propuse leer las obras desde una perspectiva más amplia, dejando de lado las explicaciones teóricas y metodológicas más tradicionales de la crítica teatral en Buenos Aires. Las referencias se fueron ampliando a otros géneros y soportes, fui acumulando citas a películas, novelas, canciones, etc. Algunas relaciones intertextuales parecían tan obvias como innegables, otras se desprendían de asociaciones más osadas pero siempre buscando alguna apoyatura en lo textual que las justificara.

La historia: Qué fue Caraja-ji

La cita había sido pautada para un martes por la mañana. Estaba terminando el mes de marzo de 1995. Los dramaturgos convocados por el teatro San Martín –la mayoría no se conocían ni de nombre– fueron llegando de a poco. Se reunieron en el hall de la sala Martín Coronado del teatro San Martín donde Roberto Cossa y Bernardo Carey comenzaron a explicar qué se esperaba de ellos. Nadie tenía demasiado en claro cómo se había hecho la selección ni por qué los habían convocado.
Carmen Arrieta, Ignacio Apolo y Alejandro Tantanián habían sido compañeros en la entonces flamante carrera de Dramaturgia de la Escuela Municipal de Arte Dramático y por lo tanto habían sido alumnos de Roberto Perinelli y de Mauricio Kartun. También Rafael Spregelburd había asistido al taller de Kartun algunos años antes.
A otros, el contacto les llegó a través de Roberto Cossa que había coordinado una experiencia de taller anterior. Fue el caso de Alejandro Robino y de Alejandro Zingman.
Este último y Jorge Leyes eran, además, egresados de la carrera de Actuación de EMAD donde habían participado de un taller de dramaturgia también con Kartun. Por último, Javier Daulte formaba parte de la dirección del teatro Payró y había estudiado dramaturgia con Ricardo Monti. Muchos de ellos habían recibido algún que otro premio y habían estrenado (o estaban en trance de hacerlo) alguna obra. Mauricio Kartun recuerda que: “Yo no tuve decisión en esta elección, pero te diría que eran nombres cantados.”
La institución que convocaba, el entonces Teatro Municipal General San Martín, no estaba en su mejor momento. Venía haciéndole frente a los embates de una grave crisis presupuestaria. Juan Carlos Gené había llegado a la dirección del teatro San Martín con un amplio apoyo inicial producto de su larga y reconocida trayectoria. Sin embargo, su gestión estuvo signada por los conflictos. Gené se había propuesto seguir el modelo de los grandes teatros dirigidos por “directores de prestigio artístico”, o sea imprimirle algo más que su sello personal y profesional a la programación. Sin embargo, esta actitud “personalista” fue rápidamente cuestionada en el ambiente. Sostener y consolidar el trabajo de Perinelli en la dirección de la Comedia Juvenil fue uno de los objetivos que el flamante director se había propuesto con más ahínco. Algo que se volvería un arma de doble filo porque desató uno de los conflictos más violentos por los que tuvo que atravesar la administración de Gené. El razonamiento fue más o menos así: si los actores jóvenes tienen problemas para interpretar papeles “adultos”, una forma de solucionarlo sería convocar a dramaturgos jóvenes a que escriban obras afines en temática y estética.

Un taller de dramaturgia

Esa soleada mañana de marzo, Roberto Cossa y Bernardo Carey explicaron a los convocados las premisas del taller. Comenzarían a reunirse en abril y deberían entregar las obras terminadas en octubre de ese mismo año. El teatro no se comprometía a producir esas obras. Algo que instalaba un matiz velado de “competencia” entre los participantes. Daulte afirma que “todas las demás premisas eran aceptables, eran casi del sentido común. Un grupo para trabajar, tratar de redactar obras para una cantidad importante de personajes. Es lo único que tienen en común las obras de ese período.” Pero devino el conflicto.
Mauricio Kartun entiende que hubo un error básico en la convocatoria que hizo eclosión ni bien comenzó a funcionar el taller: “El malentendido trágico –en el sentido literal, porque no tenía solución– era que las obras que se iban a generar no se correspondían con las necesidades de ese medio. Se seguía pensando: “El San Martín necesita obras que...” y acá va toda la lista de lo que, en aquel momento y ahora, reclaman las estéticas oficiales. Esa fue la gran crisis, el teatro que ellos producían no se correspondía con los modelos del teatro San Martín.”
Demás está decir que la relación entre los convocados y los coordinadores fue tensa desde el comienzo. Había un profundo desacuerdo ideológico y estético. Y ni bien comenzaron a trabajar ambos se hicieron patentes. Por ejemplo, Rafael Spregelburd recuerda que: “Cuando preguntamos ingenuamente qué es una obra joven, que era el trabajo que teníamos que hacer, nos respondieron “una obra joven es una obra cuyos personajes son jóvenes”. Errores que tienen que ver con malas interpretaciones de cuestiones técnicas. Incluso, hasta el punto tal que creíamos estar hablando de lo mismo y no. No se podía empezar a hablar.”
Uno de los mayores problemas del taller, según sus participantes, fue el ruido que hacía la distancia generacional para la comunicación con los coordinadores. Por ejemplo, Jorge Leyes recuerda que: “No en vano los conflictos estallaban en las voces de Tito Cossa que era el mayor y de Rafael que era el menor. Los otros permanecíamos un poco en silencio pero rara vez alguien no estaba de acuerdo con lo que proponía Rafael. Él estaba en sintonía con lo que uno estaba pensando. Lo que pasa es que se brotaba antes.”
Sin duda, una de las grandes cuestiones era que los talleristas no compartían con los coordinadores una serie de presupuestos básicos y puntos de partida que estos expresaban en fórmulas y pasos a seguir. Según Javier Daulte: “Había diferencias artísticas, había diferencias discursivas, había diferencias con los coordinadores, se planteaban leyes dramatúrgicas con las que nosotros no estábamos de acuerdo y nosotros tendíamos a aplaudir y aceptar el riesgo en materiales que eran muy diferentes entre sí.” Y así surgió algo imprevisto: descubrieron la mirada de un par. Alejandro Tantanián lo explica así: “Si bien eran materiales absolutamente divergentes. Somos muy diferentes como autores, ya lo éramos en aquella época, pero teníamos una cosa de mucha defensa de la otra voz. Yo creo que lo que los mareaba era que no había una cohesión en el discurso. Nosotros podíamos defender una cosa que no nos era afín. Eso era muy raro para ellos.”
Había una gran diferencia de temas y de estilos en los materiales a trabajar: el recuerdo de un grupo de amigos de la secundaria, las vicisitudes de la resistencia checa en el nazismo, tres hermanas y sus juegos macabros, las disyuntivas de jóvenes revolucionarios, un caso policial cordobés, un milagro en un lavadero, cementerios en llamas y unas chicas de Barrio Norte ansiosas por salir a bailar. Así como también la cantidad y variedad de procedimientos para contar estas historias: aceleración del tiempo, recursividad, repetición y otros tantos recursos que rompen la ilusión realista.
A los dos meses de sostener el trabajo con dificultades y alto grado de conflicto, desde la dirección del teatro se pide leer los materiales. Fue algo imprevisto porque no respetaba los tiempos ni las posibilidades reales de evaluación. Objetivamente, los materiales no estaban terminados. Y al martes siguiente, la devolución. La decisión de la dirección del teatro fue terminante: disolver el taller. Alejandro Robino lo cuenta así: “En junio, a los pocos meses nos dicen que tenemos que mostrar lo que estamos haciendo. Nosotros dijimos: “es como tener camisa, corbata y calzoncillos”. “No se preocupen –nos dijeron­– simplemente es para saber cómo es la tarea.” Mostramos lo que habíamos hecho. Nos echaron.”
Tan sencillo como esto: Los materiales no resultaban acordes a lo que el teatro San Martín estaba buscando. Según la dirección, los textos carecían de “humor, pasión y ternura”, tres aspectos que resumirían la norma estética propuesta por la dirección del teatro San Martín. La descalificación institucional sobre algo tan magmático como es el proceso de escritura de una obra resultó una carga pesada y difícil de manejar. No sabían muy bien qué hacer. El San Martín que los había reunido, ahora los expulsaba. Se cerraba una puerta.
La primera cuestión resultó, entonces, en la decisión de terminar el trabajo. Javier Daulte ofreció el marco del teatro Payró como espacio físico para los encuentros. El dónde estaba resuelto pero surgió la pregunta por el cómo, ¿quién los coordinaría? Daulte recuerda que: “Empezamos a pensar nombres que nos interesaban a todos. Kartun, Monti, Gambaro, Pavlovsky. Nos costó mucho decir ¿y si lo hacemos sin coordinación? Eso era muy osado.” Resultaba muy novedoso que estos ocho dramaturgos pudieran prescindir de un “otro” superior y funcionar como taller entre pares, generando y sosteniendo lazos horizontales.
Junto con el objetivo de terminar las obras surgió la posibilidad de publicarlas. El Centro Cultural Ricardo Rojas, dirigido en aquel entonces por Darío Lopérfido, tomó conocimiento de lo ocurrido en el teatro San Martín y les propuso editar las obras. Rafael Spregelburd es muy crítico frente al lugar en que quedaron a partir de lo sucedido: “Nosotros empezábamos a tener sentido como bloque en tanto rechazados y era un lugar bastante flaco. Si bastante mal está el teatro oficial, pues menudo favor te hacen en decir “éste es aquel al que el teatro oficial rechaza”. Y qué venís a ser, ¿el rey de la marginalidad?”
Sin duda, desde que el hecho cobró dominio público, algo de eso sucedió. A partir de entonces encontramos grandes exageraciones e interpretaciones desmedidas tratando de leer las implicancias de una convocatoria fallida.

Nace el Caraja-ji

Durante meses siguieron reuniéndose en el Payró. A principios de 1996, las obras estaban casi terminadas y se aproximaba la perspectiva de publicación. Era hora de darse a conocer, tenían que buscar un nombre. ¿Qué mejor manera de dejar en claro aquello que eran? Esa suma de individualidades, el grupo era la suma de sus partes. Desde el nombre se propusieron señalar las diferencias. Con el libro publicado había nacido el Caraja-ji.
El surgimiento público del Caraja-ji desencadenó todo tipo de simplificaciones y exageraciones. La mayoría de los integrantes recuerda lo incómodo que les resultaba el lugar en que los ubicaban. Es cierto que fueron una novedad absoluta para la prensa y la crítica: ocho autores teatrales jóvenes, talentosos y aguerridos irrumpiendo juntos en la escena cuando parecía que la figura del dramaturgo era algo tan extinto como los dinosaurios. Ayudaba también el perfil combativo y de niños terribles que habían desarrollado a partir de la misma experiencia de expulsión del teatro San Martín.
Aunque en diferente grado y magnitud, el paso por el Caraja-ji fue una experiencia transformadora para todos sus integrantes. En los dos años que duró el taller, muchos de ellos recibieron premios, alcanzaron cierto grado de consagración en la escena local y hasta tuvieron una proyección internacional. Aunque la decisión de disolver el taller fue acordada y celebrada por todos los integrantes, sin embargo, años después algunos de ellos volvieron a trabajar juntos.
El Caraja-ji, mal que les pese, ocupó un lugar incómodo, singular e ineludible. Además, no fue algo tan improvisado como pretendían hacernos creer. Como grupo, tuvieron una clara estrategia hacia adentro y otra hacia afuera. Hacia afuera, se instalaron en el concepto de la “disolución”, marca de la época con la caída de las ideologías y los embates de la posmodernidad pero también habilidad para lidiar con los encasillamientos apresurados de la prensa y la crítica ante algo que se presentaba tan novedoso como sin precedentes. Hacia adentro, lograron sostener durante el tiempo que duró el taller un espacio horizontal de compromiso y trabajo que generó lazos y vínculos que trascendieron al grupo.

Algunas conclusiones

Al comenzar mi investigación me proponía indagar sobre tres aspectos en particular: reconstruir la historia del grupo Caraja-ji; describir las peculiaridades de la conformación del campo teatral en la década del ’90; y proponer una lectura de las obras producidas por el grupo a partir de instalarlas en nuevas series.
El gran desafío crítico para mí resultó de contextualizar un producto estético en un lugar y tiempo determinados: el conjunto de obras del Caraja-ji en la Buenos Aires de la década del noventa. Debía encontrar una forma que me permitiera leerlos y otorgarles un justo valor. Por eso, tan importante como contar la historia, que en algún punto me parecía anecdótica, me resultó el trabajo con los textos producidos en ese marco. Para el análisis de las obras me propuse, entre otras cosas, dar cuenta de cómo todos y cada uno de los dramaturgos del Caraja-ji reflexionaron sobre el motivo de “lo joven”. Se los ubicó como “niños terribles”, se los catalogó como “jóvenes escritores” y sin duda estas categorías estuvieron presentes en las obras y dejaron sus marcas. Ya sea como relato de iniciación, como resignificación del parricidio, como pregunta existencial, como disidencia, como algo imposible, como regeneración, como salida al mundo o como consumo: Lo joven da cohesión a este primer grupo de obras y permite leerlas en consonancia.
El otro aspecto que me interesaba registrar era cómo los Caraja-ji leyeron los años ‘90 y aquí encontré relecturas del teatro político, la tematización de las consecuencias de la apatía y falta de compromiso en la política, la catástrofe como escenario, la expulsión y el exilio como única salida.
Esto último es particularmente interesante, dado que se suele catalogar la producción de estos autores como totalmente ajena a la actualidad que las contiene.
Pasaron más de diez años desde que el teatro San Martín lanzara su convocatoria, sin embargo el Caraja-ji sigue, aun hoy, generando sentido y equívocos por igual. Parece imposible referirse a cualquiera de sus integrantes y no aclarar su paso por el grupo. Se habla mucho del Caraja-ji, se lo cita como referencia obligada para pensar la dramaturgia argentina en la década del ’90 aunque muchas veces cabe sospechar que no se sabe a ciencia cierta en qué consistió realmente. Espero con este trabajo enmendar esa falta. Traté de dar cuenta de la singularidad del caso. Una época que no era especialmente proclive a las formaciones grupales, una época donde las instituciones se desestabilizaron y dejaron de funcionar como históricamente lo habían hecho dio lugar a algo tan raro como un grupo de dramaturgos. Más extraño aun, si pensamos que el escritor es por definición un ser solitario.
Considero que la importancia del Caraja-ji radica en haberle dado visibilidad a un fenómeno que lentamente se venía desarrollando en el teatro porteño. En los años del menemismo, el país estaba cambiando y el campo teatral no era ajeno a ello. En el período que comienza con la vuelta a la democracia y la última edición de Teatro Abierto, la figura del autor dramático había sido dejada de lado para dar espacio a la experimentación, las dramaturgias de actor y de director estaban a la orden del día. El comienzo fue una historia fallida, la convocatoria del Teatro San Martín, pero lo que surgió después superó ampliamente el desdichado origen.
¿Cómo pensar la dramaturgia de Federico León o la de Mariano Pensotti o la de Mariana Chaud y los nombres podrían seguir, sin referirse al Caraja-ji? Al contar la historia y trabajar con estos textos encuentro un profundo acuerdo entre el surgimiento del Caraja-ji y el teatro que se desarrollaría contemporánea y posteriormente, un teatro que rompe con la tradición que le precede y, como traté de probar en mi investigación, se permite establecer relaciones con otras series no teatrales. Esta historia permitió que en uno de los momentos menos propicios surgiera un grupo de pares: un “nosotros” conflictivo, inestable, pero “nosotros” al fin. El Caraja-ji puede pensarse como un corte: una forma de escribir y producir teatro deja, no sin conflicto, lugar a otra. Sin duda, es el principio de algo.

viernes

master of the universe

Este viernes 12 de octubre me toca finalmente la defensa de la tesis de maestría. La cita es en la sede del IDAES, Paraná 145 5º piso a las 15 hs.
Están todos invitados.

jueves

primavera y novedades

En el jardín, las seños se la pasan pegando flores de goma eva, un invento propiamente del demonio. Sí, Pipi finalmente se curó de todas sus pestes y reincidimos. El tema es que me parece que son demasiados pibes en la salita. Eso me preocupa. No sé si son mis temores de madre primeriza pero siento que en vez de al jardín la estoy llevando a un curso de defensa personal. Yo trato de enseñarle a que esquive los golpes y que, en todo caso, sea ella la que surta. Lo que me deja tranquila es que mi niña es de las más altas y con el carácter que tiene, no la van a pasar por arriba así nomás.
Tengo otras novedades. La primera es que me puse un piercing. Sí, a esta edad! No se puede creer. ¿Será que me agarró un ataque primaveral de pendevieja? Fue este domingo. Como todavía Nico estaba de viaje, fui a comer a lo de mis papás. Estaban todos mis sobrinos y después cayeron mis hermanas y mi cuñado. Mi hermana menor había alquilado unas películas (el videoclub de ella es una gloria). Pusieron Duro de matar 4 pero por esas cosas de la piratería la película estaba doblada al ruso. Era muy gracioso escuchar a Bruce Willis decir algo así como "spaciva" mientras luchaba contra los hackers. Después llegó Cristo, un amigo de mi hermana, que se dedica profesionalmente a tatuajes y piercings. Me convencieron entre mi hermana y su sobrina. Cada una se agujereó una parte de su cuerpo y yo no podía quedar de oyente. Igual, me queda bonito y no dolió (¿debería haber dolido para que sea genuino?).
La última novedad es que ya tengo fecha para defender la tesis. Va a ser el 12 de octubre. Así que si todo sale bien, el próximo día de la raza voy a terminar de una vez por todas con la bendita maestría.

adiós a la freidora

El lunes pasado mi marido se apareció con una notebook de regalo. Me mató de amor. Toda una sorpresa. Así que finalmente cambié la freidora en la que escribía por una que hace ruidito a presurización de avión.

sábado

misantropía

Aprovechando que nos quedábamos solas el fin de semana, junté ropa, juguetes, libros, anteojos de sol (qué ilusa) y me fui al country de mis viejos. Entre que no paró de llover desde que llegamos y que es el año nuevo, no vi a nadie desde que llegué. Me genera una sensación extraña, casi tristeza, ver todas esas instalaciones sin que nadie las use nunca. Parece un cuento de Bradbury, el fin de la humanidad en los suburbios de Ezeiza. Las canchas de tenis vacías. La pileta climatizada vacía. El vestuario vacío. El salón de usos múltiples, la cancha de básquet, las canchas de fútbol y paddle, vacías. Las luces de encienden a determinada hora. El sauna se calienta pero nadie lo usa. El autito de la seguridad privada hace su circuito mecánicamente. Nadie. Me dan ganas de correr, usar indebidamente, abusar de tanto espacio vacío. Pero aprovecho que mi niña está distraída aporreando unos muñecos y sueño con encender un fuego para sentarme decimonónicamente a terminar de leer una novela. Algunos inconvenientes me salen al cruce. No quedan diarios ni tronquitos pequeños, sólo dos grandes y una revista. Todo un desafío. Consigo un par de piñas pero están mojadas. Aunque las pongo en el tostador no se terminan de secar. La cosa se complica. Cada vez que me agacho a tratar de prender el fuego, Pipi salta sobre mi espalda para que le haga caballito. Esta noche tendré un ataque de siático. Además terminé de comprobar que la Revista Luz no sirve ni siquiera para quemarla. Me frustro. No me quiero dar por vencida, seguramente reincidiré más tarde. Por ahora me conformo con un té y me abandono a esa extraña sensación de soledad.

pierina empezó el jardín


Después de escuchar una y otra vez que mi mamá, mis hermanas, mi suegra, mis amigas y mi analista me repitieran hasta el cansancio que estaría bueno que Pipi fuera a un jardincito, que interactuara con otros nenes, que no viera tanta tele, que despegara un poco de mí, bla bla bla... finalmente lo hablamos con mi marido y nos decidimos. Hice una research por el barrio y elegí el que queda más cerca de casa.

¿Cómo decirlo? La adaptación fue un asco.

Fuimos el lunes: mochilita con los útiles (toallita, pañales y mamadera). Mucha emoción porque ahí empezaba su larga y futura carrera en la educación formal. Fuimos los tres, pero me quedé yo sola en la salita con ella. Pipi disfrutó de jugar con bloques. A los otros nenes no les dio ni pelota salvo cuando se acercaron a su mochila y ahí chilló como un chancho. Lo que más le gustó fue esconderse dentro de una caja que había en el patio y espiar desde ahí. Estuvimos poco más de media hora.

Quedó exhausta.

Se durmió sin comer.

Al otro día amaneció con fiebre. Muchas emociones para un solo día. Estaba hecha una piltrafita. Se quedó en casa tosiendo, con mocos y fiebre, mirando la tele.

El miércoles amaneció mejor. Me contó que había soñado con el jardincito. Eso me decidió. No tenía fiebre.

Reincidimos.

Pero ya no me gustaba tanto que se le acercaran los compañeritos. Si tenían mocos, yo trataba de distraerlos y que fueran a jugar lo más lejos posible. Apártese de mi hija, bicho infecto, pensaba. Esos nenes se me hacían como pringosos e itinerantes cúmulos de enfermedades. Supuse que si los atacaba con Lysoform había un par que desaparecían (con explosión y todo como la propaganda de Raid). También supe que esa sensación de aprensión me iba a acompañar toda la vida escolar de Pipi, tal vez hasta se agrave durante su adolescencia.

Odio a todos y cada uno de los que me convencieron para llevarla al jardín, odio a las madres que "porque tienen que trabajar" mandan a sus hijos infectocontagiosos a babosear los juguetes que tocará mi hija, odio no poder cumplir mi fantasía de rociar con lysoform todo lo que vaya a acercársele, odio tener que cortar el bendito cordón umbilical.

A la noche, vi que mi niña tenía unas legañitas.

Jueves a la mañana, los ojos rojos.

Jueves a la tarde, oculista: conjuntivitis. El resfrío además empeoró: más tos, más mocos, más fiebre. Se pasó todos estos días encerrada en casa viendo la tele y sintiéndose para el culo.

A pesar de esto, la semana que viene parece que volveremos.

jueves

de los riesgos de no ver suficiente tv

Le uso la compu a él, la mía está rota. De repente, oh, ¿qué es esto? Fotos de una chica y otra foto y otra más. Che, pero está en pelotas. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Si lo encaro de una, me va a decir que le estuve revisando sus cosas. Pero, ¿quién es esta trola que le manda fotos a mi marido? ¿Por qué? No me puedo quedar callada, los nervios me carcomen el cerebro. Respiro hondo y con la mejor de mis sonrisas me acerco y le digo: no sé... me pareció... digo... perdoname que te diga pero creo que tenés una admiradora que está un poco el bolas en tu compu y...
Y él se entra a cagar de risa, mal, y yo me trato de comer la humillación pero estoy en llamas.
-Boluda, es la de Gran Hermano. Me las mandó Marco por chat porque yo no las había visto...
Estas celebridades de pacotilla y mis celos son capaces de hacer estragos.

viperina

Una maestrita de lengua menopáusica y resentida, además de escritora mediocre le preguntó a mi marido si ya nos habíamos separado. Mi marido me lo contó divertido: "no, todavía no".
Yo me indigné.
¿No tenés nada mejor que hacer, vieja chismosa?

miércoles

tengo un gato anoréxico


-Está viejo-dijo el veterinario-. Puede ser por la comida o diabetes o un bolo intestinal. Tal vez se agarró el sida de los gatos.

Yo lo miraba buscando el chiste pero la verdad es que no me hacía reír.

-Está deshidratado, vamos a tener que pasarle suero. Pero antes, una ecografía.

No salía de mi asombro.

-¿Cómo le pasás suero a un gato?-le pregunté incrédula.

-Igual que a los humanos, con un cateter en la patita.

El veterinario era petiso y barbudo, cuando hablaba se ponía nervioso y se le caían las cosas. A medida que me explicaba el procedimiento, yo también me iba poniendo nerviosa. ¿Cuánto tiempo tarda en pasar el suero? ¿Hay que dormirlo? Mi gato parecía un felpudo blanco en la mesa de disección. Daba pena.

Hace quince años que vive conmigo, digamos que es la relación más larga que tuve. Además, viene haciéndole frente a varias crisis: una mudanza (algo fatal para los gatos), una hermanita que lo vive cascando (Pierina) y una convivencia forzada con otras dos gatas atorrantas que no lo dejan salir al jardín. El pobre no daba más. Necesitaba algo de atención y se mandó un acting. Durante todo un día estuvo vomitando como si fuera Linda Blair en El exorcista.

En la sala de espera había una vieja con un perrito igual de feo que ella. Tenía los dientes torcidos y un moño rojo en la frente. La vieja en joggin me quería sacar conversación. Con la excusa de saber qué le pasaba a mi gato, se despachó en contarme con lujo de detalles todas sus desgracias. Divorciada, sola y con una perra enferma.

-No sé qué le pasa a Chachi, se me desmaya. Ya le hicieron una tomografía para ver si tenía un tumor, pero no salió nada.

Yo miré a la perra y en sus ojos reconocí el pedido de "mátenme".

El veterinario me confesó que no le gustaba atender gatos porque siempre lo rasguñaban, que él prefería a los perros. Me quedo más tranquila, pensé pero no se lo dije.

Yo estaba perpleja, esa es la palabra. Era la primera vez que me veía ante los avatares de la medicina animal. Si ese tipo de procedimientos siempre son complicados e incómodos en los humanos, no me quería imaginar cómo resultarían en animales.

Yo trataba de repreguntar, llenar los blancos que me dejaba el discurso del veterinario. ¿Quién iba a tener inmovilizado al gato durante las cinco horas mínimo que tarda en pasar el suero? Ya sabemos la respuesta. En ningún momento se le ocurrió pensar que yo podría tener que trabajar o hacerle la comida a mi hija o atender a mi marido. Está bien, era una emergencia, ¿no? Me sentía en deuda con mi gato, se lo debía. Acepté sin chistar lo que viniera.

Con una maquinita, el veterinario le afeitó parte del pelo de la mano derecha y me pidió que la estirara para pasar el cateter. Esta vez, fui yo la que salió arañada. El gato se mandó la gran Wolverine y me cruzó la mano con sus garras. Esta era para vos, pensé mientras el veterinario se agachaba a recoger por tercera vez la sonda del piso.

Resultado: tuve que improvisar una salita de primeros auxilios en mi habitación, colgando el suero de una percha. Me sentía toda una enfermera: que el anticoagulante, que pinchás acá, que tantas gotitas por minuto. El gato y yo vimos Terminator 2 hasta tanto pasara todo el suero. Se hicieron como las dos de la mañana. Mi gato estaba mejor.

Así fue como descubrí que la veterinaria evolucinó hacia la psicología animal. El diagnóstico final fue que mi gato tuvo un cuadro de anorexia.

viernes

En Córdoba, Falco me enseñó a hacer praliné (nombre cordobés de la garrapiñada).
Hoy probé hacerla en casa.
Me sentí Narda Lepes

jueves

grande como un elefante

El martes a la noche, comida en la cama y canal estatal para ver la primera entrega del ciclo "200 años". El proyecto de canal 7 que nucleó de a pares a un director de cine y uno de teatro para realizar un telefilm. Reconozco que había generado muchas expectativas. Ver lo que pueden hacer juntos directores que me gustan de ambos campos me resultaba sumamente estimulante. No sé, tal vez por eso mismo es que la primera entrega me pareció tan mala.
La dupla Caetano / Muscari filmó Mujeres elefante con un elenco heterogéneo de actrices de cine y teatro como Celeste Cid y Julieta Vallina, Mimí Ardú y Jimena Anganuzzi. La ecuación me resultó más o menos así:

Miserabilismo de Adrián Caetano
+
Bizarrerie de José María Muscari
=
- Gus van Sant.
Igual, me encantó ver en la tele a actrices que suelo asociar a otros soportes y, en general, las actuaciones me resultaron lo mejor de la propuesta. El monólogo de Lola Berthet y su reflexión sobre Michael Jackson no tiene desperdicio. Por el contrario, la historia y los procedimientos narrativos para contarla me parecieron tan equívocos como anodinos. Otra vez la apelación sensiblera al trabajo de la fábrica. Entonces, aparecen las actrices posándose sobre un torno. Otra vez la recursividad mostrando desarrollos paralelos de la historia. ¿Cómo es posible que juntaran semejante cantidad de arbitrariedades previsibles? Si lo bizarro no genera extrañeza, se transforma en simple puerilidad con pretensiones artísticas.
¡Y la música! ¡Santo cielo! Cada vez que aparecían los acordes de Jealous gay, mi marido resoplaba y se iba a hacer otra cosa. Yo persistí hasta el final pero me pareció un tanto abusivo el uso de la cancioncita de Lennon como leit-motif. Y hablando de usos abusivos, me surge un pedido: por favor, dejen descansar a la Muy interesante. Está claro que este tipo de información ya les dio lo que tenía para dar. Esos usos de la trivia se deschavan como el relleno de cuando un personaje no tiene nada que decir. La sensación global que me quedó es que intentaron filmar Elephant pero se quedaron en El elefante trompita. Más allá de mis impresiones de esta primera entrega, yo sigo bancando al ciclo porque me sigue pareciendo una idea buenísima.

lunes

sobre Budín inglés, de Mariana Chaud

Dos mujeres que hablan de literatura. Se cuentan cómo empezaron a leer, qué libros les gustaban cuando eran chicas, cuándo y cómo fueron cambiando sus gustos literarios, se fueron introduciendo en otros géneros, probando con la historia, la filosofía, el esoterismo. Charlan.
Una pareja se separa y los libros que en su momento conformaron una sola biblioteca, de pronto están sobrando, ya no tienen lugar en ningún lado. Las diferencias de la pareja también se expresan en sus intereses literarios. Así se pelean. Las historietas son para él imprescindibles en su formación. Ella retruca con pasajes de Proust. Así se reconcilian.
En Budín inglés se recoge la experiencia de lectura de cuatro personas muy diferentes. El proyecto traía implícito un riesgo grande: caer preso de teorías de la lectura que hicieran de la obra un “Chartier para principiantes”; o uno mucho peor, perderse en la superficie de la importancia de la lectura (con mayúsculas) y repetir sloganes insulsos tales como “leer es un placer”. Sin embargo, Mariana Chaud sorteó todos esos obstáculos y logró, con inteligencia y sensibilidad, meterse con la experiencia íntima de cuatro personas físicas –la obra surgió dentro del ciclo Biodrama– y crear una historia, vínculos y disyuntivas de cinco personajes ficcionales.
Marta Lubos y Elvira Onetto están fantásticas (palabra que usaría Adela, personaje interpretado por Marta Lubos) y Santiago Gobernori nos hace reír con su composición del único no-lector de la obra, un idiota entusiasta tan desubicado como querible.
El jueves pasado se reestrenó Budín inglés en el Teatro del Pueblo y es una oportunidad, en especial aquellos que no la vieron, para no perdérsela.

Budín inglés
Dramaturgia y dirección: Mariana Chaud
Con: Santiago Gobernori, Laura López Moyano, Marta Lubos, Elvira Onetto, Esteban Sánchez Lamothe
Vestuario: Cecilia Allassia
Escenografía: Ariel Vaccaro
Iluminación: Matias Sendón
Música: Gabriel Barredo
Asesoramiento: Walter Jakob
Asistencia de dirección: Mara Guerra
Prensa: Walter Duche, Alejandro Zárate

TEATRO DEL PUEBLO
Dirección: Av Roque Sáenz Peña 943
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfono: 4326-3606 / 4394-2639
Web: http://www.teatrodelpueblo.org.ar
Entrada: $20,00 - jueves - 21:00 hs

viernes

Nina: Supongo que depende también de cada personalidad. Yo vivo hace dieciocho años en tortuosa pasión e insulsa compañía, todo a la vez.

Angela: Qué bien.

Nina: No tanto porque te aburrís cuando no sufrís y no te aburrís cuando sufrís.

(fragmento de La Ropa, de Andrea Garrote.)

martes

Hace un tiempo, íbamos con mi marido en el auto a visitar a su abuela que vive en Ramos Mejía. Y en un semáforo de vaya una a saber qué barrio (me desentiendo cuando es otro el que maneja) descubrimos una casa de disfraces. ¿A quién se le ocurre poner un negocio de ese tipo? Más, ¿a quién se le pudo ocurrir ponerla allí? La cuadra tenía este paisaje: Chalet, chalet, chalet, Pantera Rosa desteñida, chalet, chalet, chalet, etc. Todo un misterio. Me di cuenta, además, de que nunca había visto disfrazado a mi marido. ¿Raro, no? Supongo que no es del tipo de los que se disfrazan. Me contó de una vez que su abuela le hizo un traje de pato para una fiesta en el Club Italiano. Recordaba con orgullo que la idea de unir dos gorras con visera para hacer el pico había sido suya. Él proveyó la logística; su abuela, la ejecución del proyecto.

El hijo de unos amigos de mis viejos tuvo una fase "Hombre araña" que le duró casi todo un año. Inquietante. Cada vez que nos visitaban, ahí estaba Manolito con su capita y su traje de nylon brillante. ¿Tenía capita? Fue todo un logro cuando, después del tercer asado, accedió a sacarse la capucha para comer. Pero para eso, tuvieron que pasar meses. La cosa es que Manolito no salía a la calle si no era con su traje de superhéroe, que lentamente se iba deteriorando. Y si lo confundían con Superman, le agarraba un ataque de llanto e indignación. Un día, sin explicaciones ni nostalgias, volvió a la ropa de civil.

A mí, nunca me fue demasiado bien con los disfraces. Ya lo conté varias veces pero fue una tortura ir a un colegio de chicas y ser la más alta del grado. Nunca "dama antigua", siempre "granadero"; nunca "negrita mazamorrera", siempre "gaucho matrero". Ya sabía yo que cuando se acercaba el 25 de mayo, lo mío eran los bigotes de corcho quemado y no el miriñaque y los peinetones.

Mi hermana le festejó el cumpleaños a su novio disfrazada de Mujer Maravilla. Había alquilado el traje, se había batido el pelo y estaba igual a Linda Carter. Tiempo después se peleó con ese novio. Eso sí, a sus dos hijos varones no se les va el Edipo ni con un exorcismo.

Paré el 15 y me subí corriendo porque llegaba tarde para comer con mis viejos. Ya había anochecido pero era temprano. Distraída en mi propio apuro, noté que pasaba algo raro pero tardé un tiempo en darme cuenta de qué era lo que andaba mal. Parada al lado mío estaba Caperucita Roja con su mini cuadrillé y sus trencitas con moñitos. Me enganchó las medias con su canastita de mimbre. La odié. Atrás mío, Frankenstein y un Drácula discutían acaloradamente sobre las desgracias de San Lorenzo. La mano peluda de un Hombre Lobo me hizo cosquillitas cuando pasó para el fondo. En el primer asiento, una enfermerita hot hablaba con una Morticia embarazada. La enfermerita le daba consejos sobre la maternidad y Morticia sudaba. Uñas negras, peluca, labios morados y vestido ajustado resultaban demasiado outfit para siete meses de embarazo. El 15 dobló en Santa Fe y se bajaron todos los disfrazados, dejándome a mí y a otros tres pasajeros más con la sensación de quedar desnudos.

Semana Santa me encontró en Punta, veraneando con Abrojito y marido. Nunca en mi vida hice tan mal un bolso. Supongo que me creí todo lo que muestran las revistas sobre "Punta del Este" y resultó tan brutal el choque con mi propia cotideaneidad que me reventó la cabeza y quedé medio grogui para elegir la ropa. Llevé sólo musculosas, ningún short, un ponchito peludo, un vestidito liviano que nunca uso y hasta me olvidé las ojotas. Desastre. Pocas veces me pasó sentirme todo el tiempo disfrazada. Disfrazada de familia tipo en vacaciones, disfrazada de madre y esposa, disfrazada de mujer en paseo de compras, disfrazada.

jueves

el triple

Una frase suelta en el último libro de María Moreno me trajo un recuerdo tan banal como inquietante. La cita está en uno de los capítulos que más me gustó de Banco a la sombra y dice así: "El señor Plaza me dijo que al andar por el mundo aumentaba la posibilidad de encontrarnos con nuestros dobles y los de nuestros amigos, más aun en los países desde donde habían migrado sus ascendientes".
Una de mis experiencias más raras con los dobles no la viví yo sino justamente mi doble.
Tengo una falsa hermana melliza.
Ella fue la protagonista de esta historia y el lugar, la estación de ómnibus de Tres Arroyos. La historia empezó una noche de verano cuando mi hermana estaba esperando el colectivo que la trajera de vuelta a Buenos Aires. Esos viajes suelen tener horarios tipo 23:45 y uno nunca sabe muy bien qué se puede hacer en Tres Arroyos hasta esa hora.
Tanto es así que otra vez, también con esa misma hermana, nos quedamos charlando en uno de los bancos de la estación y era invierno y hacía frío y el colectivo, que venía de Bahía Blanca, estaba tardando demasiado. Cerca de la una de la mañana fuimos a reclamar y nos dijeron que el micro había llegado a horario y se había ido sin nosotras. Nos quejamos pero ya no había nada que se pudiera hacer.
Bueno, la cosa es que mi hermana estaba esperando el colectivo y se le acercaron dos chicos y una chica, le dijeron que eran de Bariloche y le pidieron permiso para sacarle una foto. Mi hermana que estaba en una etapa muy anti-fotografía se negó rotundamente. La chica fue a llamar a otra chica y así, se fueron acercando otros más a ese grupo y cada vez que la veían decían cosas como "no lo puedo creer", "es re-igual, boludo". Le siguieron insistiendo porque, al parecer tenían un amigo, varón, llamado enigmáticamente "El Cholito", que era su vivo retrato. Con esa información extra, mi hermana los sacó cagando.
A pesar de que el parecido no es ni de lejos asombroso, yo siento que tengo en mi hermana a mi doble. Nos pasó varias veces que nos confundieran. Alguna amiga que no veíamos hacía mucho que nos cruzó por la calle y nos vió "cambiadas". Algún que otro novio que quedaba desorientado cuando nos prestábamos la ropa y hasta el chico que vendía pan en la facultad que está convencido de que mi hermana estudió Letras (durante cinco años tuve que responder sobre la vida de amigos de mi hermana a los que yo ni siquiera conocía).
Aun hoy me inquieta saber que en algún lado de Bariloche existe un hombre que tiene la cara de mi hermana, que también, en parte, es mi cara.

viernes

Adiós, Ines Poggetto

Ciao,
a l'é un sospir
l'é na carëssa.

Ciao,
son l'aria che respire
son ël profum dle fior.

lunes

sí, preciosa, vos también harás terapia

Los días feriados y lluviosos, mi familia se solía reunir alrededor del proyector para ver diapositivas. Era parte de nuestra memoria colectiva. Había varias series: mis hermanas y yo con gatitos, mis hermanas y yo en la plaza, mis viejos de vacaciones en Sierra de la Ventana cuando todavía nosotras no habíamos nacido. Y por lo general, esas diapositivas servían para contar siempre las mismas historias: El amigo de mis viejos nadando en lo que resultó ser una cloaca, la panza de siete meses de mi mamá cuando estaba embarazada de mí, nosotras chiquitas, mi papá flaco y con pelo y mi mamá usando la moda colorinche de la década del '70. Se trataba de un ritual familiar: Oscurecer la habitación, armar el proyector, colocar bien las diapositivas y que salieran al derecho y en foco. Yo lo disfrutaba mucho salvo por un detalle. Había una única foto que me sumía en la peor de las ansiedades. La esperaba con pavura y cuando aparecía, me dejaba paralizada de vergüenza. Escenario: la placita de Copetonas. Primer plano: una cola enorme y desnuda y para que no quede ninguna duda de la pertenencia, mi cara asomándose por detrás. Durante décadas sentí que esa foto era la culpable de mi timidez patológica. ¿A quién se le había ocurrido sacarme una foto haciendo pis?
Pasan los años y ahora es mi hija la que está pasando por una etapa nudista. No soporta la ropa ni los pañales y yo, que no aprendí nada, repito la experiencia.

miércoles

Queremos tanto a Audrey

Me faltan un par de páginas para terminar de leer una biografía de Audrey Hepburn. Me decepcionó tanto que podría abandonarlo ya mismo pero supongo que por una cuestión moral no me permito dejarlo inconcluso. ¿Cómo se puede hacer algo tan reiterativo y ramplón de un personaje tan carismático y atractivo? Fácil: poniendo fechas como único título (Capítulo 1, 1929-1939. ¿Qué es eso? Es preferible no poner nada, parece un ejercicio escolar); idolatrando tan sin pudor a la actriz que más que biografía parece hagiografía; tomando exclusivamente como fuente la trivia de las películas (¿qué me importa si el productor de tal película volvió a trabajar con ella tres años después en esta otra película?); usando siempre la misma reflexión para contar siempre lo mismo (los aciertos son por Audrey, las películas que no funcionan es por culpa de los otros). Creo que lo peor del libro es que el autor borra toda diferencia entre los personajes que Audrey interpretó en el cine y su vida privada. Esto lo vuelve muy limitado, muy pegado al fan.
La biografía, como género, me gusta mucho. Tiene algo de híbrido que habilita casi cualquier cosa, freakeadas incluso. Pero, como siempre, depende de la pericia, imaginación e inteligencia del escritor, de las cosas que se permite y qué le puede sacar a los datos con los que cuenta. Una foto puede contar una historia, el tema es hacerla hablar.
Queremos mucho a Audrey pero no queremos nada a Donald Spoto.

viernes

Prometí escribirte y no lo hice. Qué manejo choto de la culpa, sorry, es que vengo de un trajín que mamma mía. Después de días de dedicarme por entero a ella, basta que me siente dos segundos en la compu para que venga Abrojito a los gritos pelados y con ese paso de robot que tiene ahora a demandarme que juguemos un rato o le haga upa o le cuente un cuento. Creo que intuye mi incomodidad. En estos días estoy terminando el libro de la tesis y lo odio. Me da tanto odio que no lo termino de una vez y me pongo a hacer las diez millones de cosas que no estoy haciendo porque tengo que terminar esto primero. El sinsentido se me instala y no me lo puedo sacar del cuerpo. No voy a llorártela, ya la conocés.
Te cuento que hace más o menos un mes entraron chorros a casa. Fue espantoso (nunca mejor usado el término). Imaginate, cuatro de la mañana, estar durmiendo lo más pancha y de repente que entren cuatro tipos encapuchados en tu habitación. No sé porqué pero mi primera reacción fue de resignación: cagamos, pensé, cómo salimos de ésta. A pesar de dar órdenes enérgicas, en seguida aclararon que eran ladrones "a la vieja usanza", sólo interesados en las cosas de valor que pudiéramos tener. No puteaban, no estaban sacados, más bien parecían dedicados a exhibir con orgullo su costado profesional. Después la cosa se fue poniendo cada vez más bizarra. Los chorros querían saber por qué había tantos libros en la casa. Nico les dijo que por su trabajo, que trabajaba en el diario haciendo reseñas de libros. El momento cumbre fue más o menos así:
-¿Y qué estás leyendo ahora?, le preguntó el chorro.
-El Ulises de Joyce. -Le respondió mi marido.
-¿Y de qué se trata?
Ahí te quiero ver, ¿qué respondés en ese momento? Me acordé de las clases de Panessi, de las de Cerrato, de las discusiones de teoría literaria que pude tener en el pasado, se me cruzaron por la cabeza todas las vaguedades posibles, me acordé de una obra de Spregelburd en la que en una situación por demás absurda hablaban del Ulises como "un libro necesario, aburrido pero necesario." y mientras estaba en esa nebulosa escuché que mi marido le respondía: "es una de detectives y ladrones". Me reí (sólo él puede hacerme reír en esos momentos).
La cosa podría haber sido muy pesada, pero no lo fue tanto. Te ahorro la colección de lugares comunes que repito en estos casos. Sin embargo, entre todas las cosas, se llevaron unos anillos que habían sido de mi abuela. Yo los usaba de vez en cuando, en alguna fiesta. Vos sabés, yo no soy una mina de usar "joyas". Tengo amigas que sí, que sus maridos les regalan alhajas en ocasiones especiales. No es mi caso. Nunca lo fue y menos que menos con el marido que tengo. Si tuviera mucha plata, seguro no la invertiría en comprarme anillos.
Es raro pero siento que los chorros se llevaron algo de mi pasado. Me entristece pensar todas las veces que me disfracé con la ropa de mi abuela, que ella sí era de joyas y pieles y vestidos de fiesta. Yo adoraba ir a su casa, husmear en su placard que era enorme y olía al perfume Hermès. De todos, lamento la pérdida de uno de los anillos. Mi abuela me había contado que mi abuelo se lo regaló después de una gran pelea (típico matrimonio de los años cincuenta que arreglaba sus diferencias con regalos costosos). Ella lo estrenó en una función de gala del Colón y decía que desde que se lo puso fue como un hechizo. En vez de mirar el escenario, estuvo toda la noche con la vista fija en el anillo. La única vez que sentí algo parecido fue cuando me regalaron el album de figuritas de Sara Kay. Tesoros, ¿dónde habrá quedado? Creo que lo que me pasa es que extraño la parte de mí que no fue para poder ser la que soy hoy. ¿Muy rebuscado? Digo, todos dejamos cosas en el pasado y hoy (no sé si será la lluvia o qué) siento que perdí la referencia, ya no sé dónde ir a buscarlas.