martes

Hace un tiempo, íbamos con mi marido en el auto a visitar a su abuela que vive en Ramos Mejía. Y en un semáforo de vaya una a saber qué barrio (me desentiendo cuando es otro el que maneja) descubrimos una casa de disfraces. ¿A quién se le ocurre poner un negocio de ese tipo? Más, ¿a quién se le pudo ocurrir ponerla allí? La cuadra tenía este paisaje: Chalet, chalet, chalet, Pantera Rosa desteñida, chalet, chalet, chalet, etc. Todo un misterio. Me di cuenta, además, de que nunca había visto disfrazado a mi marido. ¿Raro, no? Supongo que no es del tipo de los que se disfrazan. Me contó de una vez que su abuela le hizo un traje de pato para una fiesta en el Club Italiano. Recordaba con orgullo que la idea de unir dos gorras con visera para hacer el pico había sido suya. Él proveyó la logística; su abuela, la ejecución del proyecto.

El hijo de unos amigos de mis viejos tuvo una fase "Hombre araña" que le duró casi todo un año. Inquietante. Cada vez que nos visitaban, ahí estaba Manolito con su capita y su traje de nylon brillante. ¿Tenía capita? Fue todo un logro cuando, después del tercer asado, accedió a sacarse la capucha para comer. Pero para eso, tuvieron que pasar meses. La cosa es que Manolito no salía a la calle si no era con su traje de superhéroe, que lentamente se iba deteriorando. Y si lo confundían con Superman, le agarraba un ataque de llanto e indignación. Un día, sin explicaciones ni nostalgias, volvió a la ropa de civil.

A mí, nunca me fue demasiado bien con los disfraces. Ya lo conté varias veces pero fue una tortura ir a un colegio de chicas y ser la más alta del grado. Nunca "dama antigua", siempre "granadero"; nunca "negrita mazamorrera", siempre "gaucho matrero". Ya sabía yo que cuando se acercaba el 25 de mayo, lo mío eran los bigotes de corcho quemado y no el miriñaque y los peinetones.

Mi hermana le festejó el cumpleaños a su novio disfrazada de Mujer Maravilla. Había alquilado el traje, se había batido el pelo y estaba igual a Linda Carter. Tiempo después se peleó con ese novio. Eso sí, a sus dos hijos varones no se les va el Edipo ni con un exorcismo.

Paré el 15 y me subí corriendo porque llegaba tarde para comer con mis viejos. Ya había anochecido pero era temprano. Distraída en mi propio apuro, noté que pasaba algo raro pero tardé un tiempo en darme cuenta de qué era lo que andaba mal. Parada al lado mío estaba Caperucita Roja con su mini cuadrillé y sus trencitas con moñitos. Me enganchó las medias con su canastita de mimbre. La odié. Atrás mío, Frankenstein y un Drácula discutían acaloradamente sobre las desgracias de San Lorenzo. La mano peluda de un Hombre Lobo me hizo cosquillitas cuando pasó para el fondo. En el primer asiento, una enfermerita hot hablaba con una Morticia embarazada. La enfermerita le daba consejos sobre la maternidad y Morticia sudaba. Uñas negras, peluca, labios morados y vestido ajustado resultaban demasiado outfit para siete meses de embarazo. El 15 dobló en Santa Fe y se bajaron todos los disfrazados, dejándome a mí y a otros tres pasajeros más con la sensación de quedar desnudos.

Semana Santa me encontró en Punta, veraneando con Abrojito y marido. Nunca en mi vida hice tan mal un bolso. Supongo que me creí todo lo que muestran las revistas sobre "Punta del Este" y resultó tan brutal el choque con mi propia cotideaneidad que me reventó la cabeza y quedé medio grogui para elegir la ropa. Llevé sólo musculosas, ningún short, un ponchito peludo, un vestidito liviano que nunca uso y hasta me olvidé las ojotas. Desastre. Pocas veces me pasó sentirme todo el tiempo disfrazada. Disfrazada de familia tipo en vacaciones, disfrazada de madre y esposa, disfrazada de mujer en paseo de compras, disfrazada.