jueves

pichones 1

Tengo cinco años y estoy con mi mamá y mis hermanas parada en la vereda, esperando que papá nos pase a buscar con el auto. Ya superamos la etapa en la que mamá nos vestía a las tres iguales, pero para ir a la ciudad nos puso vestiditos. Hace calor y tengo las manos y la cara pegoteadas por el helado que me tomé. Me fue mejor que a Fer. Ella tiene una banda de chocolate cruzándole la pechera. La calle comercial de Tres Arroyos se llama Colón. Ahí había un cine muy grande, antiguo, que se destruyó en un incendio dejando un baldío igual de grande.
Cerca nuestro hay unos nenes. Son dos y están jugando con una paloma, intentan agarrarla. Lo logran. Nos quedamos mirándolos. En eso, uno de ellos saca una navaja. Mientras que el más petiso la sostiene, el otro le estira un ala y se la corta a la altura de la articulación. Lo hace despacio, serruchando. La navaja no debe estar del todo afilada. Miro a mamá, no entiendo lo que está pasando. Me dice, medio distraída, que le están cortando las alas para que no vuele más.
Cuando están por encarar el otro lado, la paloma se les escapa. Corre, se mete en el baldío del cine, intenta volar. No puede. Choca contra la pared renegrida por el incendio. Se llena de ceniza. Se golpea una y otra vez. Mi hermana más chica llora. La carrera es despareja y los captores la alcanzan en pocos pasos. Se les tiznan las manos al reanudar su tarea. Estiran el ala sana y cortan.
Pichón de delincuente, dice mi vieja. Curiosa selección de palabras. No entiendo. Mis hermanas tampoco. Las palomas nunca nos cayeron del todo bien. Traen piojos, dice mi abuela, se apestan. Las de la paz deben ser de otra especie, supongo. Pero lo que presenciamos nos deja atónitas. Nos espanta, no podemos dejar de mirar, nos fascina. No terminamos de saber por qué.
El auto de mi papá se acerca despacio y estaciona a metros de donde estamos paradas. Mientras vamos subiendo al auto, el nene más grande le dice a mi vieja ¿la quiere señora? ofreciéndole la paloma mutilada. Como mamá dice que no, la abandonan en el cordón de la vereda.
No se mueve, esconde el pico entre las plumas, sabemos que pronto morirá.

miércoles

Santa Claus

Mis viejos nunca nos hicieron creer en Papá Noel.
Ellos estaban orgullosos de esa decisión, los hacía sentir padres esclarecidos. Para ellos era todo ganancia: nos evitaban un desengaño, se robustecía nuestra confianza en su palabra y, sobre todo, podían presindir de los regalos sin demasiadas explicaciones. Pero nos advirtieron que debíamos respetar la crueldad de los otros padres y que no estaba bien que fuéramos por la vida avivando pendejos. Siempre que pudimos, mis hermanas y yo respetamos la consigna.
Sin embargo, creo que a mi infancia le faltó algo. Sí, Papá Noel.
Suponía que después del brindis, los padres mandaban a los niños a dormir, ponían los regalos en el arbolito y ya: vino Papá Noel. Esa era toda la magia. Hasta que pasamos una navidad en la casa de unos amigos de mis viejos. Los Álvarez eran una familia enorme, llena de primos, tíos, y otros parientes. Algo que para mí era rarísimo porque mi papá y mi mamá son hijos únicos y entonces no tengo ni primos ni tíos ni familia numerosa. En la casa de los Álvarez podía ausentarse algún tío sin que nadie lo notara. Un elemento crucial para el verosímil navideño.
Con mis hermanas estábamos medio aburridas e indiferentes pero los otros nenes de la casa andaban como locos sopesando cómo había venido el año en castigos y recompensas. Adrenalina, expectativas, promesas que esperaban ser atendidas. De repente, se abrió una puerta y lo vimos. Vestido de rojo, la barba, las botas, ¡la bolsa!
¡Cómo me cagaron mis viejos! No eran honestos, ¡eran vagos!
Fede es el menor de mis sobrinos. Tiene su blog donde publica cuentos como "Mi abuela es una bestia" o "¿Qué pasaría si a un chico que gusta de una chica a la que le gusta tejer, se transformara en polilla?" Es vegetariano (herbívoro, solía decir) desde los tres o cuatro años y se come la fruta abrillantada del pan dulce y deja lo rico. A él le pasó con Papá Noel algo que mi hermana no había contemplado. Inexperiencia, supongo.
Como había sido un buen chico, pidió un regalo acorde a su comportamiento. Quería esas motos para chicos. Soñaba con la moto, la deseaba, la añoraba. Se le iban los ojos cuando pasaba por la juguetería. Estaba convencido de que este año se la había ganado, lo sabía, lo merecía.
No contaba con que la moto en cuestión salía un huevo y que mi hermana ni vendiendo los muebles de su casa se la podía comprar.
Fueron las doce, brindis, cohetes. Salimos al balcón a mirar los fuegos artificiales y en eso, se asomó Papá Noel, saludó y desapareció. Vamos al árbol a ver qué nos trajo.
Para Fede: un tubo de pelotitas de tenis y el conjunto de shortcito y remerita que tanto le había gustado a la abuela. ¿Papá Noel le da más bola a mamá? ¿No leyó la carta que le mandé? Acá hay un error.
Fede volvió al balcón y vió que Papá Noel estaba enfrente. Aparecía y desaparecía. Había viento y se movía rápido. En la ventanita del edificio de la esquina, dos pisos más abajo, en el balcón del cuatro piso.
Fede le gritó: ¡Gordo, volvé!
Nada.
Desesperación: Gordo, traeme la Harley.
Angustia: Gordo, vení, te equivocaste.
Le gritó hasta quedarse afónico. No hubo forma de sacarlo del balcón. Estaba aferrado a los barrotes, rojo de furia, gritando: Gordooooooooo.
Finalmente se resignó. Entró y con rencor nos dijo: Papá Noel es un gordo boludo.

lunes

la actriz, la puta y el poeta romántico

Durante un tiempo trabajé de moza. ¿Debería decir camarera? Supuestamente queda mejor, pero a mí me suena horrible. Fue una época en la que me divertí mucho, muchísimo. Vivía una vida muy despreocupada. Así la recuerdo. Si el laburo me hinchaba, renunciaba y ya. Después volvía. Como tenía en mente ser actriz, estudiaba actuación, técnica vocal, contact y análisis de texto. Por las noches, trabajaba en el bar. Ahora que lo pienso, yo era un estereotipo. Me faltaba tocar el cello o usar polainas para ser un personaje de Fama.
Usaba el pelo bien corto y ropa oscura y muy amplia. Lo que me valió que un par de veces me gritaran puto por la calle. No me importaba. Como chico hubiera tenido levante igual. Pero concentrémonos que no es de eso de lo que quería hablar.
El bar donde yo trabajaba no era nada del otro mundo pero mis compañeros, esos sí que eran algo especial. La cocinera me quería mucho pero odiaba al lavacopas. A Manolo le hacía la vida imposible. Conmigo era distinto. A pesar de que tenía casi mi misma edad, Alba me trataba como si fuera su hija. Me retaba si me veía fumando y se preocupaba de que comiera bien. Que estás muy flaca, me decía. Tenía un novio que era policía, vivía en Misiones y era siete años más chico que ella. Le escribía cartas. Pero en realidad su corazón estaba en otro lado. Alba estaba enamorada de Menem, loca, abierta, descaradamente. La recuerdo sentadita en la cocina, mirando la revista Caras y llorando a moco suelto por la muerte de Carlitos. Conservadora, moralista y hasta un poco mojigata, fue sin duda la menemista más rara que conocí en mi vida.
También estaba Andrea, que había entrado como camarera un mes antes que yo. Ella me enseñó a usar la bandeja, decorar los tragos y a hacer café. Un martes que no pasaba nada me contó su historia. Era uruguaya, tenía un hijo de cinco años que se estaba criando en el campo y había sido prostituta. Se escapó de su novio porque no la dejaba largar el laburo. Otro estereotipo más.
Era una cantante frustrada. Muchas veces, a la hora de cerrar, agarraba el micrófono y cantaba boleros o lentos en un inglés aprendido por fonética. No era lo que se dice linda pero volvía locos a los hombres. Para compensar, usaba unas blusitas que parecía le había robado a su abuela, con muchos volados, cerradas hasta el cuello. Igual, no había caso, siempre había algún alzado queriéndole meter mano. Desde que la conocí se estaba por poner de novia con el encargado del bar, y en el tiempo en que trabajé hubo fácil siete encargados distintos.
Era buena mina no como la otra chica que laburaba con nosotras, Myriam, que era tan amargada y aburrida que daba bronca. Ni una vez contestó "bien" a la pregunta "cómo estás". Nos cansamos de tratar de dialogar con ella. Odiaba el café, el bar y la gente. Lo único que le gustaba era Shakira.
En ese mundo, me supe hacer un lugar tirando las cartas. No me acuerdo cómo empezó la cosa. Simplemente, un día salió como un relato y después otro y otro más. A medida que iba acertando, mi reputación crecía. Llegó un momento en que no sólo los empleados, también los clientes me pedían que les leyera el futuro. Yo hablaba, sin criterio ni responsabilidad alguna, decía lo primero que se me ocurría. Después, se creaba como una intimidad. Volvían, me contaban cómo les había ido con sus problemas de los que yo no tenía ni la menor idea. Ellos me confiaban sus secretos.
Como no cobraba por tirar las cartas, empecé a pedir pequeños favores a cambio. Irme más temprano, no atender a algún cliente que se ponía pesado, que leyeran algo que había escrito. Todo servía a mis propósitos. Mi fama de quiromante ascendió a alturas nunca vistas. Sin embargo, el don se me había ido de las manos. Hace poco me crucé con un chico al que le había dicho que su novia lo cuerneaba. Yo no me acuerdo de haber hecho semejante animalada. Tal vez tuve un mal día o simplemente me gustaba y me porté mal. La cosa es que fue cierto. Y él, agradecido. No está bien confiar tus secretos a extraños.
Me acuerdo de una noche en especial. Ya estábamos cerrando. Andrea parada en el escenario, micrófono en mano, cantando sobre el disco de U2 y Manolo le hacía los coros.
Entró un tipo. Se sentó en una mesa muy lejos. Quiso cognac y café. Cuando se lo llevé, le pedí perdón por el barullo que estaban haciendo, le dije que ya estábamos cerrando. Se puso a escribir en un cuadernito. Era tarde. Un día de semana. Me llamó la atención. Estaba solo. Tenía una polera negra y el pelo revuelto. ¿Otro estereotipo más? Me colgué mirándolo pero cuando levantó la vista, yo bajé la cara avergonzada.
Me llamó.
Pagó.
Me dejó como propina dos poemas escritos en una servilleta.

imperdible!

Ya salió el nuevo número de elinterpretador.
Poesía, narrativa, ensayos, las columnas habituales de cine, teatro y nazismo bizarro. Y por supuesto, las ilustraciones inquietantes con las que Incardona decora la revista.
Todo eso y mucho más en el número de diciembre de elinterpretador

domingo

efemérides















Hoy hace exactamente un año que un Evatest me dijo que estaba embarazada.
Ese día nos habíamos levantado tarde, hacía bastante calor. Nico puso un disco de Mars Volta para empezar el día con todo. (Nuestros vecinos eran unos santos) Yo, en el baño.
Seguir las instrucciones. Espera. Confirmación.
Silencio, necesito silencio, apagá la música que tenemos que hablar.
Me quedé sin palabras. Vértigo, lo que sentí fue vértigo.
Después fuimos dos, sentados, en silencio. (Luego vendrían más días así. Quedamos atónitos con la primera ecografía. También cuando nos dijeron que era una niña.)
Ni se te ocurra ponerlo en el blog. Me miró como diciendo no me podés hacer esto. Pero entendió. Busqué en internet consejos para embarazadas. Al otro día tenía un casamiento y no estaba segura de qué podía hacer y qué no.
Nos tomamos el día para nosotros. Salimos a caminar. De la mano. No hablábamos. Y de repente, tenemos que comprar un piano. ¿eh?
Comimos por ahí. Pensamos en posibles nombres, ocupaciones, gustos. Qué cosas le permitiríamos, qué deseábamos, qué íbamos a evitar. Nos pusimos de acuerdo.
Un año no es tanto tiempo pero pueden pasar muchas cosas. ¿No Pierina?

viernes

con m de miedo

Es una porquería. Eso, del miedo. A veces creo que te tengo miedo a todo. Cuando era chica le tenía terror a la oscuridad. Dormía con la luz prendida. Mis viejos fueron negociando conmigo. Primero, la luz en la habitación. Después, el velador en el piso. Después, la luz del baño. Después, la puerta entornada. Era dura negociando. Me podía poner loca si no se respetaba lo pactado.
Tenía otra fobia: el pescado. No soportaba pasar cerca de una pescadería. Ni hablar si a mi madre se le ocurría comprar esa carne pestilente. Me sentía ofendida, perjudicada, atacada. Lloraba a mares a la hora de la cena. Toda comida nueva se me hacía sospechosa. ¿Estará mi mamá tratando de engañarme para después darse el gusto de decirme "viste, cuando no sabías que era pescado te gustaba"?
Hace poco, reflexionando sobre eso me di cuenta de que el objeto de mi aprensión eran las espinas y que por transitividad (no era muy sutil) había pasado a todo fruto del mar. Sospecho que en mi delirada cabecita infantil se habían unido la trágica muerte de mi gato Tom por comer un huesito de pollo y la posibilidad de que una espina me cause la misma suerte.
Los varones también me inquietaban. Fui toda la vida a un colegio de mujeres y la presencia masculina se me hacía algo extraña, cuando no, amenazante. No tenía ningún contacto con chicos de mi edad y si por una de esas casualidades aparecía alguno, no tenía la menor idea de cómo comportarme. Era un problema y nunca sabía cómo resolverlo.
Todos los veranos de mi infancia los pasé en el campo. Los tres meses que duraban las vacaciones, mis hermanas y yo cambiábamos el piso en Barrio Norte por los caminos de tierra y las playas de Reta. La casa del campo era enorme, tenía paredes de barro, muchas habitaciones con muebles de madera de mis bisabuelos y un parque arbolado para jugar y andar a caballo. Eso sí, lo que no tenía era electricidad. Es increíble cómo ese mismo lugar podía ser el paraíso de día y el infierno por la noche.
Un motor diesel nos daba luz por un par de horas pero había que apagarlo para dormir. Era viejo y le costaba arrancar y la luz subía de a poco hasta alcanzar la intensidad normal. Siempre podía fallar. Y hacía un ruido infernal. No servía de nada estar en medio del campo si sonaba como Viamonte y Suipacha a las tres de la tarde. Pero yo lo amaba, ese ruido era sinónimo de civilización, iluminación y seguridad.
Era capaz de irme a dormir a las ocho de la noche con tal de no enfrentar el momento de apagar el motor. La luz (y el sonido) iban disminuyendo hasta extinguirse. Después, la oscuridad total y el silencio. La muerte.
En nuestra habitación teníamos un farolito de kerosene, como los de la familia Ingalls. Mi papá, cariñoso como Charles pero pelado, venía y nos lo prendía para que no tuviéramos miedo si queríamos ir al baño. Yo flasheaba de que éramos de verdad la familia Ingalls y, siendo la mayor de tres hermanas y ayudada por el nombre, tranquilamente podía ser Mary. ¿Eso quería decir que me iba a quedar ciega? Otro miedo para mi lista.
Una noche desgraciada se juntó la suma de todos mis miedos.
Había un nuevo médico en el pueblo y mi mamá no tuvo mejor idea que invitarlo a cenar. Cayó con su familia a la nochecita. Habían estado en la playa y trajeron unas corvinas para que papá las hiciera en la parrilla. Las habían pescado ese mismo día.
El doctor tenía una mujer rubia y un poco gorda y cuatro hijos varones. Los dos mayores eran más grandes que yo y los dos menores eran más chicos que Fernanda, mi hermana menor. Todos rubiecitos. En la zona hay una comunidad danesa bastante importante por eso la mayoría son gringos, como les dicen en el pueblo. A los nenes más chiquitos les habían puesto bombachas y boinas vascas y la verdad es que les quedaban medio ridículas. Estaban como disfrazados de gauchos. La piel se les había puesto colorada por el día de playa y hacía que el pelo pareciera blanco de tan rubio.
Yo estaba de lo más enculada por el tema del pescado. La miraba a mi mamá con odio. Se lo hacía notar. Ella, fiel a su estilo, me sobornó con papas fritas. Tuvo éxito, en parte, pero el daño estaba hecho. Yo estaba alterada.
Cuando nos sentamos en la mesa, traté de evitar el contacto con los chicos. Algo tan insignificante como tener que pedirles la sal hubiera sido el acabóse para mí. Había que tomar medidas. Como reaseguro, senté a mis hermanas una a mi derecha y otra a mi izquierda. Estaba protegida, los gringos estaban lejos.
No habían condimentado las ensaladas cuando el doctor, que resultó ser un paparulo insoportable, haciéndose el simpático nos dijo: "ehh, eso así está desbalanceado. Cómo se van a conocer si se sientan todos lejos. Vení nena, sentate acá." y me puso al lado del gringo mediano. Me quedé sin palabras, me herbía la sangre, no podía creer mi suerte. Cuando de repente, plop plop plop, el motor de la luz avisaba que basta por hoy. La luz se apagó abruptamente. Silencio. Oscuridad.
Antes de poder reaccionar sentí el calor de la mano del hijo del doctor buscar la mía debajo de la mesa.
Me sentí morir.

jueves

La decisión

En el programa de mano de La decisión, monólogo escrito y dirigido por Alejandro Robino, se lee algo bastante inquietante: durante muchos años, las mujeres casadas eran consideradas "incapaces" ante la ley. Es decir, tenían "la misma situación jurídica que las personas por nacer, los menores, los sordomudos que no se saben dar a entender por escrito y los dementes". Esta ley siguió vigente hasta, escuchen bien, 1968.
Mi mamá, mi suegra, sus amigas se casaron bajo esta ley que las desprotegía. Me hago la misma pregunta que Robino, ¿por qué? Y este es el punto de partida para La decisión.
La concepción escénica es simple y contundente al mismo tiempo. En el centro del escenario, la novia.
Tiene puesto un miriñaque que, devenido tela de araña, limita sus movimientos. Está atrapada. En su monologar, narra las penurias, sacrificios y privaciones a las que se sometió por organizar la fiesta de sus sueños. Llamativamente, está sola en esto.
Ella elige, decide, resuelve.
Ella cocina, prepara, decora.
Va sorteando los obstáculos uno a uno con decisión y perseverancia y por supuesto, cargando con las consecuencias. ¿Y el novio?
Conforme va pasando el tiempo, no sabemos si ella es la araña o la mosca atrapada en su propio deseo. Me vuelvo a preguntar, ¿y el novio?
La novia, interpretada por Natalia Aparicio, transita varios registros permitiéndonos entenderla y odiarla en partes iguales. Nos hace reír por su precariedad, nos conmueve con su entereza, nos apabulla con su determinación. Me vuelvo a preguntar, ¿y el novio?
Robino evita hacerse esa pregunta. ¿Es que son las mujeres exclusiva y excluyentemente las que quieren casarse? ¿Realmente piensa Robino que el matrimonio como rito hubiera subsistido hasta hoy sin el aporte masculino? Creo que no.
A pesar de que el espectáculo está concebido desde una soltería militante y combativa, el monólogo se sostiene. Es más ambiguo y, por eso mismo, mucho más interesante.

La decisión
escrita y dirigida por Alejandro Robino
con Natalia Aparicio
Los viernes a las 21 hs. en el Celcit.

miércoles

mobilis in mobili

Jueves a la noche, noche de teatro. Fui a ver Mobilis in mobile, dentro del ciclo Cero cinco. Este proyecto surge de la reflexión sobre el concepto de efemérides, seleccionando a distintos personajes de la historia con el único requisito de que el 05 marque la fecha de su nacimiento o muerte. Que un ciclo ponga en un mismo universo de sentido a Greta Garbo, Julio Verne, Jean Paul Sartre, Christian Dior, Friedrich Schiller y Miguel Cané es, de por sí, un logro de Szuchmacher, "curador" de la muestra.
Mobilis in mobile conmemora, entonces, la muerte de Julio Verne en 1905. Una pantalla enorme preside el espacio escénico. Varios micrófonos. Una mesa larga mantiene bastante espaciados un metrónomo, un tocadiscos, una radio y otros elementos que la oscuridad no permite distinguir. Estamos avisados, la tecnología y sus implicancias (que tanto dieron que hablar en el último festival de teatro) van a ser relevantes aquí.
Guillermo Heras, Rita Cosentino y Bárbara Togander son los responsables de la idea original y de su realización. Como punto de partida, se acercaron a Verne a partir del lenguaje. Qué difícil.
Una conferencia sobre los "nombres inventados" con que Verne trabajó va siendo coptada por ese mismo juego con el lenguaje, su musicalidad, su distorción. Se pasa de una lengua a otra como de un instrumento a otro hasta lograr una panlengua, única y múltiple más cerca del sonido que del significado. De la taxonomía a la glosolalia. Y así como se yuxtaponen y exponen los objetos en la mesa, lo mismo pasará con las palabras que componen el espectáculo.
Paradójicamente, lo más teatral es la proyección de Viaje a la luna, de Georges Mélies. Vemos a estos hombres de frac transportarse a una luna enmerengada, dormir con frazadas, interactuar con los selenitas y volver. Aunque también está intervenida (tiene sobreimpresiones, flechas, dibujos y nombres), la película es una joyita y está bueno poder verla. Además, se crea un efecto extraño cuando se la vuelve a pasar pero al revés. En síntesis, el espectáculo resulta una aproximación a Julio Verne de la mano de Samuel Beckett. Se propone como algo conceptual y superculto (cuantos más idiomas hables, más entendés de la obra) pero termina siendo un poco banal y esencialista de los pueblos cuando reflexiona por la realización de las invenciones de Verne. En todo caso, me faltó lo que para mí es sinónimo de Verne: más aventura. Beckettianos no se la pierdan, yo paso.

para más datos sobre el ciclo cerocinco y los horarios de las obras ver acá.

martes

Revista Conjunto

Nara Mansur, editora de la revista Conjunto, se pasó casi todo el año pasado en Buenos Aires. Hizo taller de dramaturgia con Kartun y con Veronese y vio todo el teatro que pudo. Así es como el último número de la revista está dedicado íntegramente al teatro porteño: actores, directores y críticos aportaron distintos artículos. Algunas de las respuestas de la encuesta que Nara realizó entre teatristas se pueden leer acá.

maría y sus hermanas

Finalmente, mi hermana se cansó de su romeo musulmán y lo cambió por una ducha de hotel y una cerveza bien fría. Así terminó sus vacaciones en Egipto. Volvió ayer. Le respeté el jet lag y mañana la voy a visitar.
Siempre tuvimos una relación complicada. Es la típica hermana del medio (aunque en ella nada resulta típico). Creo que ahora estamos en nuestro mejor momento.
Me pasé toda la infancia tratando de conservar mis juguetes lejos de sus manos destructoras. Los cumpleaños eran cuando se ponía peor. Si no abría mis regalos, directamente me los rompía sin desenvolver.
Me pasé toda la adolescencia amenazada por su belleza y rebeldía. Yo vivía acomplejada; ella, rompiendo corazones.
Después tomamos caminos distintos. Ella quedó embarazada. Yo empecé a vivir sola, después a estudiar.
Ella se fue a vivir a Tres Arroyos. Tuvo otro hijo. Consiguió varios trabajos, otros novios, otros amigos (no siempre en ese orden).
Yo me quedé acá, cambié de carrera, con el tiempo empecé a trabajar, me casé... qué sé yo, seguí mi vida.
Hay veces que me vuelve loca, que me despista con sus opciones delirantes, que no la entiendo.
Otras, me sorprende con su buen corazón e ingenuidad. Estoy intrigada por saber cómo le fue y qué nos deparará el destino, en esta nueva etapa post-egipto.

domingo

dos obras

El viernes pasado, Pierina cumplió tres meses. Para celebrarlo le puse su primer vestidito y la saqué a pasear. A la noche, iba a ir al teatro. Ya estaba lista para salir, le había dado la teta, la había bañado y dejado dormida al cuidado de su papá. Me faltaban las llaves para salir, cuando Pipi empezó a aullar, porque llorar era poco. No había forma de consolarla. La agarraba Nico y gritaba, la alzaba yo, y milagrosamente se calmaba. Resignación. Nico me decía que me fuera igual, pero yo no podía. Ya van dos veces que me invitan a ver alguna obra y a último momento, no logro salir de casa. Acá paso la información de las obras que no vi, pero que pienso ver pronto. Gracias a Natalia y a Andrea:


SÁBADOS 23.30 HS

EL FIAMBRE

DE MARIANO MONSALVO

en BECKETT TEATRO

(Guardia Vieja 3556)

Entradas: $12

Reservas: 4867-5185

Actúan:Cecilia Sgariglia, Gabriel Fernández, Julieta Petruchi

Dirección: Mariano Monsalvo


LA DECISIÓN

con Natalia Aparicio
Libro y dirección: Alejandro Robino
Viernes 21 hs.
Entrada: $ 10. Estudiantes y jubilados: $ 5
CELCIT. Bolívar 825. Reservas al 4361-8358 y 4362-2347

jueves

jueves por la noche

Alentado por el estado floreciente de su vida social, mi marido me increpa por mi timidez y misantropía. ¿Por qué vas sola al teatro?, me dice y se guarda el "pathetic looser" para sus adentros. Le contesto que mis amigas viven en el exterior: una en Michigan, una en La Habana, una en Nordelta.
Insiste, ¿no podrías ser un poco menos refractaria al contacto humano? Quiero negarlo, enojarme, decirle que desde que Pipi, bla, bla, bla pero lo peor es que es cierto. Además, ahora estoy fuera de práctica. Salgo y hago unos papelones dignos de Bridget Jones. Se me traba la lengua, me pongo colorada, me pongo ansiosa y digo pavadas y tiro las cosas y la gente se me queda mirando como si me fuera a dar un ataque en cualquier momento. Me parece que siempre fui así. Antes de conocerlo a Nico, yo había optado por ir sola a todos lados: cine, teatros, restaurantes. Venía de una racha espantosa.
Situación 1: Voy a visitar a un amigo que tiene un bar y me pongo a charlar con un chico que anda por ahí. Bonito. Me invita una cerveza y eso parece motivo suficiente para confesarme lo mal que la pasó en su última internación en un neuropsiquiátrico. Y yo, ajá y ¿de dónde lo conocés a mi amigo? Pero no, ya era tarde. El tipo me quería convencer de lo injusta de su situación porque él no estaba loco, sólo pensaba mucho, mucho, en una clase de árbol.
No preguntes, no preguntes. Tarde. Me quemó la cabeza y quiso que lo llame. ¿Para qué?
Situación 2: Fiesta. Casa muy concurrida. Un poquito de baile. Algún trago rico. Todo bien. Sonrisita, hola. Hola. Empieza el chamuyo, ¿con qué? Robé un banco.
Situación 3: Estuve preso por comprar dinamita en Paraguay. ¿Para qué compraste dinamita? Porque la vendían.
Situación 4: Le gustás a mi amiga.
Situación 5: Vamos a otro lado, mejor, hace dos semanas acá muy borracho les arruiné el show sado-maso y perdí un zapato.

No extraño nada de esas situaciones. Nada. Algo en ese tiempo despertó la latencia de mi misantropía, la exacerbó, la hizo crecer y desarrollarse.
La timidez tiene otra fuente, más antigua. Creo que siempre fui un poco tímida, desde muy chica. No me ayudó tampoco medir un metro ochenta ya a los 13 años e ir a un colegio digno de Stephen King. Pero esa es otra historia y sí, si hubiera tenido poderes, los hubiera quemado a todos.

lunes

el interpretador n° 20













narrativa

Mario Levrero - Apuntes Bonaerenses
Presentación, por Rodolfo Fogwill.

Pedro Mairal - Campamento en Maschwitz

Paola Esteban - La Delgadez Perfecta

Juan Diego Incardona - La música rota

Travestismo Trash -3-

Naty Menstrual - Que tren que tren

poesía

Marcos Herrera - Poemas

Horacio Fiebelkorn - Poemas

Cecilia Perna - Cámara en la piedra

Oscar Fariña - Poema

ensayos/artículos

Mario Bellatin

"La escuela del dolor humano de Sechuán", por Jorge Panesi.

El problema Bellatin, por Alan Pauls.

"La escuela del dolor humano de Sechuán", por Ariel Schettini.

La letra como anticipación, por Diego Rojas.

en discusión

La carta abierta de Oscar del Barco,por Tomás Abraham.

ensayo

Un inventario, dos legados: Intelectuales y Política en Contorno y Pasado y Presente,

por Ariane Díaz.

reseñas

Los raros afectos de Charly Gamerro, por Juan Marcos Leotta.

Presentación de "Correrías de un infiel" de Osvaldo Baigorria, por María Pía López.

columnas mensuales

Las chicas de Letras se masturban así XII, por Elsa Kalish

Nazismo bizarro

La muñeca nazi, por Juan Terranova.

cine

Perlas en el Fango -cine por cable en Argentina-
(noviembre 2005), por Hernán Sassi.

teatro

Rafael Spregelburd y el teatro político, por María Bayer.

artes visuales

Andrei Volpintesta - Galería

Jorge Michelotti - Obras

Fernando Cauda - Obras

aguafuertes

La luz del día, por Oliverio Coelho.

Elemental, Cacho -Usted reniega del anecdotismo-, por Usted.

Villa Celina -4-: "El hijo de la maestra", por Juan Diego Incardona.

martes

como las gallinas

En el foro Celcit se están discutiendo, entre otras cosas, cuestiones de género y el androcentrismo. Uno de los mensajes reparaba en lo machista que es nuestra lengua y argumentaba así:

Zorro: Héroe justiciero
Zorra: Puta
Perro: Mejor amigo del hombre
Perra: Puta
Aventurero: Osado, valiente, arriesgado.
Aventurera: Puta
Ambicioso: Visionario, Enérgico, con metas
Ambiciosa: Puta
Cualquier: Fulano, Mengano, Zultano
Cualquiera: Puta
Regalado: Participio del verbo regalar
Regalada: Puta
Callejero: De la calle, urbano.
Callejera: Puta
Hombrezuelo: Hombrecillo, mínimo, pequeño
Mujerzuela: Puta
Hombre público: Personaje prominente. Funcionario público.
Mujer pública: Puta
Hombre de la vida: Hombre de gran experiencia.
Mujer de la vida: Puta
Atorrante: Adj. que indica simpatía y viveza.
Atorranta: Puta
Rápido: Inteligente, despierto.
Rápida: Puta
Puto: Homosexual
Puta: Puta

viernes

miércoles

córdoba

Parece que finalmente pudimos vender el departamento. Los compradores son unos anticuarios. Ahora falta que escribanos, abogados y demás yerbas den el ok para terminar la operación.

Estaba haciendo cuentas y en Córdoba es el departamento donde yo viví más tiempo. Mis viejos tienen cierta complusión por las mudanzas, a mí me va más el sedentarismo. Voy a extrañar no estar más ahí.

Se me mezclan los recuerdos. Ahí vivió mi bisabuela, Felicitas, desde que llegó de Italia. Yo la iba a visitar, a veces, por lo general para navidad. Me acuerdo que usaba turbante y que tenía arterioesclerosis. En todas sus carteras le habían puesto cartelitos que decían: Me llamo Felicitas, tengo arterioesclerosis. Mi dirección es Córdoba... Mi mente infantil admiraba ese recaudo. Me parecía que así mi bisabuela se podía perder por Florida sin problemas porque un alma caritativa la traería de regreso. La cuidaba una mujer que se llamaba Margarita. Aunque era muy cariñosa conmigo, yo no confiaba mucho en sus habilidades para ese trabajo.

Margarita era un personaje decimonónico, no sé si por su fragilidad o por su estupidez. Rubia, de joven debe haber sido bella pero ya estaba marchita. Sus manos temblaban y su voz también. Una vez me regaló una cajita de música. Cuando la saqué del envoltorio me deslumbró: era increíblemente dorada, con un detalle de porcelana en la tapa y el clásico paño rojo en su interior. Descubrí que sacando una tapita, se podía ver la maquinaria que producía la música. ¡Cuánta perfección técnica al servicio de la belleza! Me gustaba pincharme el dedo al pasarlo por el rodillito con pequeños puntitos dispuestos estratégicamente. Pero lo mejor era la cortinita que, en forma de piano, iba tocando las notas y que al roce de mi dedo daba un sonido sordo y metálico. Margarita tenía la voz aguda como la canción de la cajita de música. No recuerdo exactamente qué habrá motivado mis observaciones pero debe haber sido muy evidente porque yo, con mis cinco años, me daba cuenta de que le faltaban ostensiblemente algunas luces. Contaba unos chistes de lo más ridículos. Sin embargo, cuidó a mi bisabuela con devoción hasta el día de su muerte.

*

Felicitas sentada en el living. Las persianas bajas, todo muy oscuro. En un rato viene Aldo, le dice mi abuelo y ella levanta la vista, ilusionada, confundiendo en su senilidad el nombre de su nieto con el de su marido muerto en la primera guerra mundial. Primer recuerdo de Córdoba.

Tengo veintiún años, el departamento está vacío. Finalmente. Después de un juicio de desalojo eterno, voy a poder disponer de él. Me mudo en el mes de marzo, todavía hace calor. Pocas cosas, muebles viejos. La mudanza fue muy rápida. A media mañana, ya está todo más o menos ubicado. ¿Y ahora? El departamento me queda inmenso. Había anhelado tanto vivir sola y cuando finalmente lo logro, tengo ganas de salir corriendo. Típico. Prendo la radio para no sentirme sola, no sirve de mucho. La apago en seguida. Tirada en la cama, me concentro en los ruidos de la casa. El taconeo rápido de mi vecina de arriba, complejo de petisa. Un bebé que llora en el departamento de al lado. Los viejos del primero que, luego descubrí no podían vivir sin reputearse todos los santos días, más lejos, algún que otro gemido del telo de Tres Sargentos.

Podría contar la historia de mi familia pensando en el departamento de la calle Córdoba. Desde esa modista italiana viuda y con un hijo que fue a vivir con una prima tuerta y medio loca hasta el nacimiento de mi hija ochenta años después. Tal vez lo haga.

viernes

Papi perdonáme

Mi hermana, la del medio, se acaba de separar de su última pareja y en un rapto de temeridad sacó un pasaje para Egipto. Ayer, en el aeropuerto, la despidieron mis viejos y sus dos hijos. Supuestamente, se va por un mes. Supuestamente, va a conocer a un tipo que contactó por el chat. Mi hermana es de hacer esas cosas. No voy a detenerme en detalles tales como que el egipcio prácticamente no sabe inglés, algo que comparte con mi hermana, y vaya una a saber en qué koiné se han comunicado durante los seis meses que duró el intercambio verbal.
En otro momento, tal vez me lo tomaría en broma. Pero sé que mi papá está muy angustiado por todo esto, más que otras veces. No es la primera vez que alguna de sus hijas le sale con cualquiera aunque creo que a eso debe ser difícil acostumbrarse. Yo misma me fui a los diecinueve a andar a caballo por Jujuy y no me importó nada de nada.
Verlo a mi papá así me hizo acordar las cosas que él llegó a hacer por mis hermanas y por mí. En especial, los pequeños sacrificios cotidianos. Me recordó, por ejemplo, cómo a las cuatro o cinco de la mañana de muchos (muchísimos) domingos se ponía el despertador, se cambiaba el pijama por ropa de calle y nos iba a buscar a alguna fiesta en la loma del orto. Por lo general, entrábamos al auto con cara idem, o porque la estábamos pasando bien y nos queríamos quedar o había sido un embole y él trasnochó sólo para que nosotras nos aburriéramos. Nunca estábamos conformes. Nunca felices.
Me pregunto cómo va a ser Pipi. Qué cosas la van a movilizar que yo no comprenda o que me parezcan peligrosas y qué voy a hacer cuando no sepa cómo cuidarla. Ante esto, Nico se me hizo el progresista. Que haga lo que ella quiera, me dijo y me descolocó. Me esperaba el padre celoso y posesivo que me dejara a mí en el papel de madre comprensiva. Por ahora, prefiero no creerle y esta noche dormir tranquila.

miércoles

yo me pregunto

Si no hay un sólo crítico o investigador serio que se plantee hoy en día un "modelo" para leer novelas o poesía o cuentos, ¿por qué, entonces, es lo primero que se proponen los que estudian teatro?

jueves

grande Harold

Me puso muy contenta enterarme esta mañana que Harold Pinter, uno de mis escritores favoritos, haya ganado el premio Nobel.

miércoles

me dio lástima decirte que no

Dicen que en Buenos Aires se hace teatro hasta abajo de las piedras. El domingo tuve la certeza de que eso es cierto al conocer la sala Alucía. Fui a ver el espectáculo de Bernardo Cappa Me dio lástima decirte que no. A las 7 menos diez toqué el timbre en un PH por la zona del Abasto. Creí que me había confundido al anotar la dirección. La cosa pintaba rara, era en un segundo piso, pero, jugada por jugada, me quedé.
Qué sensación rara esa de curiosear cómo viven los otros. Luego de atravesar un pasillo lleno de plantas y esculturas, subí por una escalera y entré a la casa de unos desconocidos que, luego de cobrarme la entrada, me invitaron a pasar al living. Había una pareja de chilenos, un tipo solo y algunas chicas más que también estaban esperando. Me saludaron. Me ofrecieron café. Tenían la misma cafetera de vidrio que usamos en casa. Unas nenas resoplaron cuando su mamá las mandó a jugar a la cocina. Yo me entretuve mirando los objetos que adornaban la vitrina: vasos y copas de distintos tamaños, miniaturas, juguetitos. ¿Qué edad tendrían los dueños de casa, o muy jóvenes o muy viejos, que exponen sus tesoros en un aparador?
Nos invitaron a pasar a la sala. Para mí, la función ya había empezado hacía rato.
Se apagaron las luces, la bizarrerie continuó.
Me dio lástima decirte que no pone en escena a una familia de clase media que se está yendo lenta pero irremediablemente al tacho. La típica familia tipo que podría habitar ése o cualquiera de los PH de la zona, un poco xenófoba, un poco tilinga, con su pasado glorioso y su presente de negación y miseria. Disputan su territorio con "los peruanos", ya no pueden pagar la cuota del club, reciben intimaciones del gobierno de la ciudad... En ese espacio cerrado, endogámico, logra ingresar alguien más. Es un funcionario público. Viene a "medir" la propiedad y lo que termina haciendo, solidarizado y seducido por esta familia, es tratar de ordenar el gran kilombo que le presentan.
La obra es desprolija, a veces los actores se anticipan y no terminan de crear del todo la tensión de las escenas, sin embargo lo que propone Me dio lástima decirte que no se disfruta de principio hasta el final. Cappa no sólo es el autor y director sino que además compone a Alicia, una madre un tanto depresiva, de manera magistral.
La escenografía adquiere mucha importancia cuando desde la puesta se prescinde de casi todo. La luz de una heladera puede iluminar u ocultar una escena. De hecho, no se utilizan los clásicos tachos de luz sino que enchufando un proyector de diapositivas o moviendo la heladera o incluso con el flash de una máquina de fotos se crean los climas de las distintas escenas. De la misma manera, el sonido lo da no una consola sino un grabadorcito de mano, pequeño, portátil. Todo se maneja desde el espacio escénico. Bernardo Cappa, desde la dirección, apuesta a la pobreza de recursos para enriquecer la puesta. Y le sale bien.

jueves

make-up

Quizá porque estoy leyendo una novela donde unos indios se pintan la cara y el cuerpo, es que me acordé de este polvito terracota con el que me inicié en las artes del maquillaje. El producto se llamaba "indian earth" y fue durante todo un año el objeto de deseo mío y de mis hermanas. Se trataba de una vasija de arcilla con una tapa de corcho que contenía toda la magia de la tierra india. El kit se completaba con un cisne aplicador.
Con solo pasar el cisne por el corcho, ya tenías suficiente para todo el cuerpo. El efecto buscado era el de un bronceado intenso pero el resultado real era como si te hubieras caído de boca en una cancha de polvo de ladrillo. Sin duda, el producto era muy peligroso, sobre todo usado en pieles muy blancas. Lo ideal hubiera sido tratar de maquillarse con luz natural pero ¿quién hace eso? En el baño de mi casa no te dabas cuenta si te ponías mucho o poco. Era una lotería. Ni hablar si te quedaba una parte más pintada que otra y querías emparejar. Podías quedar con la cara radioactiva. Y si querías usar algo escotado las opciones eran o quedar con la cara anaranjada y el cuello blanco, o arriesgarse y terminar pintándote de cuerpo entero (como los indios de la novela de Aira) porque una vez que empezaste no podías parar. El verano traía cierto alivio: si estabas algo bronceada, el contraste no era tan marcado.
Con mis hermanas nos peleábamos a muerte por usar el indian earth (indianerz, obvio). Nos había dado para comprar la vasija más chica y la cuidábamos como si fuera oro. El objeto más preciado era el cisne, que había que ver que no se arruine ni se moje ni nada. De fallar el aplicador, el producto se volvía impredecible: la frente o las mejillas mohicanas en contraste humillante con el resto de la cara.
Pero mis hermanas y yo no éramos las únicas. En las fiestas del club nos encontrábamos todas las pielesrojas, algunas más osadas que otras, luciendo orgullosas nuestro pedacito de cancha de tenis impregnado en la frente. Tuvo que venir el agujero en la capa de ozono para que lo abandonáramos.
Todas las modas tienen algo de ridículo, sin duda, pero creo que con el indian earth rozamos un pico difícilmente superable. No puedo dejar de admirar a los tipos que lo fabricaban, evidentemente eran unos genios.

ajó

Mi niña empezó a parlotear, heredó seguro el afán comunicativo de su padre. Ahora emite algunos gorjeos y grititos que acabaron con mi firme decisión de evitar el baby-talk. Antes de que me pudiera dar cuenta, ya estaba repitiéndole compulsivamente "ajooo" y esperando su respuesta. Debe haber algo atávico en eso.
Mi abuela me contó que mi papá tardó muchísimo en hablar. Se hacía entender pero no emitía sonido alguno. Los estudios médicos no se hicieron esperar. Audiometrías, consultas con otorrinolaringólogos, fonoudiólogos y lingüistas. Psicólogos, neurólogos y hasta con un astrólogo. La conclusión fue unánime: el nene no habla porque no quiere.
La cosa es que pasaba el tiempo y Aldito no decía nada.
-¿Sabés qué fue lo primero que dijo tu padre?, me preguntó mi abuela reprimiendo la indignación a pesar de los años, "Grimoldi".

lunes

otra de don Antonio

Como te iba diciendo, mientras esperábamos a los sociólogos, don Antonio me contaba anécdotas de su trabajo. Hacía veinticinco años que era chofer y le había pasado de todo. Una tarde me contó que en una época trabajó para un diplomático. El tipo era bastante quilombero y las minas lo perdían. Casi arma un problema en la embajada por no llegar a tiempo para no sé qué ceremonial. Ya le habían dado un ultimátum. La cosa es que el diplomático se pasó de farra, iba a llegar tarde de nuevo. Se sube al auto y le dice a don Antonio: ¿llegamos a la embajada en quince? Había que atravesar toda la ciudad, era una temeridad, una locura. Don Antonio le dijo que con ese auto lo llevaba a tiempo a Alaska si era necesario y aceleró. Iba por la avenida principal de San Salvador como si fuera una autopista. Ya cerca del centro, en una esquina pasó lo que mi papá dice que nunca hay que hacer. Iban cruzando un viejo con un pibe. El viejo avanzó y el pibito retrocedió. Error. No había tiempo para frenar, si lo intentaba siquiera podía perder el dominio del auto. Don Antonio hizo una pausa y me miró muy serio.
-Y qué hizo?, le pregunté. En eso, sentí que golpeaban la puerta de la van.
En la vereda, miraba para arriba un nene de más o menos cinco años. Tenía puestas unas medias de toalla inmaculadísimas que le llegaban a la rodilla y ojotas. Abrí la puerta y en inglés me invitó a tomar un refresco en la casa donde habían entrado los sociólogos. Me excusé como pude, yo quería saber qué había pasado con don Antonio. El nene insistió tanto que se me hizo imposible desairarlo. Yo le producía mucha intriga. El nene parecía no entender por qué una gringa hablaba un inglés tan malo como el mío. Estaba jugando con su primo con unos rastris. Mientras esperábamos, les pedí de jugar con ellos y me aceptaron con gusto. El nene de las medias era hijo de salvadoreños pero había nacido en Estados Unidos, estaba allí de vacaciones.
Parece que en El Salvador la principal exportación era de familiares. Todas las casas tenían por lo menos a alguien afuera que mandaba dólares (en ese momento ese dato me llamó la atención, estábamos todavía en la Argentina pre devaluación).
No llegué a tomarme el juguito cuando los sociólogos aparecieron desde el fondo. Mi sociólogo me miró con cara de pocos amigos. El ambiente estaba tenso. Parece que en mitad de la entrevista, la francesa peló la cámara de video y se puso a filmar las instalaciones de la fábrica de bombachas. A la dueña eso le cayó mal, se puso paranoica. Obvio, no le habían pedido permiso. Ella no sabía bien para qué era la encuesta, y ¿si le caía la DGI o como se llamara en El Salvador? La cosa es que los echó a patadas, a mí incluida en la volteada. Ni tiempo de despedirme de mis amiguitos de las medias blancas. En la van, el jefe de los sociólogos se descargó con la francesa, que era una falta de respeto, que no podía ir así prepoteando a la gente, que nena dónde estudiaste sociología... la francesita quedó llorando.
-Que se joda, por eurocéntrica y maleducada, me dijo por lo bajo mi sociólogo. A mí me gustó porque, obvio, la francesa me caía como el orto.
Tuve que esperar hasta que concertaran una nueva entrevista para saber qué había pasado con don Antonio, el diplomático, el viejo y el pibe.
-¿Y qué pasó?, le pregunté cuando pude a don Antonio.
-En ese momento pensé: y bueno, por lo menos el viejo ya vivió...
Se hizo una pausa. Don Antonio me miró con picardía.
-Le pasé a esto, un paso menos y lo embestía. El diplomático quedó blanco como un papel pero llegar, llegamos.
Con mi sociólogo no nos peleamos ese viaje. Poco faltó, pero eso es otra historia. Otro día te cuento en qué quedó todo y lo que nos pasó a la vuelta. Pero hoy no. Estoy cansada y tengo ganas de irme a dormir.

viernes

... y el tonto se fue

El título no es muy bueno, parece el final de un chiste: pasó esto, esto y lo otro... y el tonto se fue. Sin embargo, no se trata de una comedia. Vamos con el cuentito: una familia se disuelve, dos hermanas ven frustradas sus fantasías y anhelos por la intervención de su hermano. Lo más íntimo y familiar se vuelve siniestro. Fantasmas personales y de los otros hacen su aparición, a veces lúdica, a veces inquietante. Lo mejor, los actores. Cada uno de ellos tiene talento para repartir, y eso se nota. Jorge Costa desde el clown, Julia Muzio como bailarina y cantante y Natalia Aparicio colaborando también en la dramaturgia. Los sábados de octubre y noviembre en el Absurdo Teatro.

Natalia Aparicio, Julia Muzio y Jorge Costa.
Dirección: Walter Velázquez
Teatro Absurdo Palermo
Ravignani 1557
4779 1156
Sábados 21 hs.

miércoles

Diástole/Sístole noches de cine y música

Ezequiel Acuña, Alejandro Fadel, Ignacio Masllorens, Martín Mauregui, Santiago Mitre, Rodrigo Moscoso, Paulo Pécora, Nicolás Pucciarelli, Juan Ronco y Juan Villegas.
Diez directores, diez miradas y diez modos diferentes de filmar lo que hablamos cuando hablamos de amor.

Todos los viernes de octubre de 2005, a las 22, en el Espacio Plasma, Piedras 1856, San Telmo.
Entrada libre y gratuita.

La proyección de los cortometrajes será seguida de recitales acústicos de Romina y los Urbanos (7 de octubre), Marcelo Ezquiaga y Mi tortuga Montreux (14 de octubre), Rosal (21 de octubre) y La musical Mexicana (28 de octubre).
Diástole/Sístole es una muestra de cortometrajes argentinos que giran en torno al tema del amor. Diez filmes que describen, en claves y estilos diferentes, la dilatación y contracción del corazón enamorado. Diez historias que abordan los vaivenes sentimentales de sus personajes con humor, tristeza, desolación o tímida esperanza. Amores enigmáticos, amores imposibles, amores circulares, amores frustrados, amores turbios, amores que matan, amores felices y toda clase de desamores.
Se trata de una selección de 10 de los mejores cortos románticos realizados en la Argentina en la última década. La mayoría de ellos premiados en festivales locales e internacionales y dirigidos por jóvenes que en algunos casos -como Rodrigo Moscoso, Juan Villegas, Santiago Mitre, Ezequiel Acuña, Martín Mauregui y Alejandro Fadel- ya pasaron con éxito al género largometraje.
Casi todos comparten la estética sobria del material fílmico blanco y negro, donde la escasez de recursos materiales es superada por imaginación en la puesta en escena y un énfasis especial en la composición del cuadro y la búsqueda de la textura justa para cada imagen. En todos ellos se nota el trazo particular de cada realizador, tanto en la manera personal de entender una relación sentimental, como en su sensibilidad para traducirla y expresarla a través de personajes, imágenes, estructuras dramáticas y juegos temporales intensos y originales.
Como la sangre que ingresa cansada al corazón y sale oxigenada después del proceso de diástole y sístole, estos filmes entienden al amor como un sentimiento móvil, latente, una sensación de contracción y expansión permanente, que muchas veces va de la pena y el sinsabor hacia la esperanza de una felicidad renovada.
Diástole
Movimiento de dilatación del corazón y las arterias cuando la sangre penetra en su cavidad.

(Viernes 7 y 21 de octubre)

Rutas y veredas, de Juan Villegas.

1995, 16 mm, b/n, con Gerardo Young y Mirna Suárez.

El primer corto del director de Dos en un auto, Sábado, Una tarde feliz y Los suicidas. Discontinuidad temporal y crónica melancólica del surgimiento y la disolución de una pareja. Villegas comparte su pasión por el cine con la crítica cinematográfica, que ejerce desde hace varios años en la revista El Amante.

A ningún lado, de Martín Mauregui.

2003, 16 mm, color, con Martín Buzzo y Carmen Amengual.

Quizás el corto más interesante de uno de los cuatro autores de El amor (primera parte). Como si fuera una cinta de Moebius o un nudo temporal, el filme de Mauregui se estructura como un giro, un proceso de meandros sentimentales que empiezan y terminan en el mismo lugar.


1999, de Ignacio Masllorens.

2000-2003, Super 8 mm, b/n, con Luciana González Costa y Martín Chiara.

Autor de varios videoclips, cortos y documentales, Masllorens propone aquí una historia de amor, año y vida nuevos. Ganador del premio al mejor cortometraje de ficción en el último Festival Internacional Sueños Cortos, 1999 fue filmado en Super 8 milímetros blanco y negro, formato que le ayuda a crear una atmósfera amable, feliz y melancólica.


Rocío, de Ezequiel Acuña.

2000, Super 8 mm, b/n, con Alberto Rojas Apel y Matías Castelli.

El más romántico de los cortos que Acuña dirigió antes de filmar sus largometrajes Nadar solo y Como un avión estrellado. La particular relación entre dos amigos, que en más de una ocasión parece alcanzar la intensidad y el bienestar del amor. Acuña comienza a trazar aquí las líneas de un modo nostálgico de ver el amor y un estilo propio para filmarlo.


Felipe, de Alejandro Fadel.

2002, 16 mm y beta, b/n, con David Anchaval y Jazmín López.

Ganador del premio al mejor cortometraje del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici). Una de las primeras incursiones en el tema de uno de los cuatro autores de El amor (primera parte). Su corto en video Sábado a la noche, domingo a la mañana, que habla de encuentros y desencuentros amorosos, y bien podría haber sido agregado a esta muestra, recibió una mención en el festival George Mélies.

Sístole
Movimiento de contracción del corazón y las arterias para empujar la sangre que contiene.

(Viernes 14 y 28 de octubre).

Una forma estúpida de decir adiós, de Paulo Pécora.

2003-2004, 16 mm, b/n, con Franco Grimaldi y Alelí.

Periodista y realizador, Pécora ganó con este film el primer premio en la sección Panorama Forum del Festival de Cine Joven de Miskolc (Hungría) y fue nominado al Cóndor de Plata 2004 al mejor corto de ficción argentino. Ya había abordado el tema del amor en otros cortos como Siemprenunca y Qué, quiénes, cómo, cuándo, dónde.

Leo 16, de Rodrigo Moscoso.

1995, 16 mm, b/n, con Federico Alarcón y Marcela Sosa.

Moscoso rodó este corto en 1995 en la ciudad de Salta, donde pasó la mayor parte de su vida y donde años después filmaría Modelo 73, su primer largometraje. Su fotografía en blanco y negro, la austeridad y frescura de su puesta, y la historia lacónica de un adolescente enamorado de una vecina y enfrentado a los más cancheros del barrio, son elementos que lo hacen compartir con Felipe, de Alejandro Fadel, más de un punto en común.

Las manos, de Juan Ronco.

2004, 16 mm, b/n, con Jazmín López y Jill Mulleady.

El misterio, la belleza y la incógnita son las claves del tercer cortometraje de Juan Ronco. El autor se vale de diferentes simbologías para tejer la trama de la enigmática relación entre dos mujeres. El delicado estilo de un cineasta que filma a mujeres como si estuviera enamorado de ellas. O como si estuviera soñándolas.


Té frío, de Nicolás Pucciarelli.

2001, 16 mm, color, con María Gelblum, Marina Risso y Gori.

Con sus cortos La fortaleza y Elizabeth sin zapatillas de ballet, dos historias protagonizadas por niños, Pucciarelli compitió en la sección oficial de distintas ediciones del Bafici. En Té frío propone una oscura historia de intrigas, celos y ambiciones. Autor de varios otros films, el realizador vive en la Argentina y en Suecia, a donde viajó hace algunos años por amor y para escribir la tesis La mujer en el cine de Ingmar Bergman.

Un regalo para Carolina, de Santiago Mitre.

2004, 16 mm, color, con Francisco Trull y Angeles Justo.

Después de su corto de suspenso El escondite, por el que recibió varios premios, Mitre dirigió este y otro film que tienen al tema del surgimiento o la disolución de una pareja como ejes. En algún lugar de la Costa Atlántica, un joven enamorado corre contrareloj para elegir el regalo perfecto para la chica perfecta. La primera incursión de Mitre en el género romántico antes de codirigir El amor (primera parte).

Esta muestra se realiza con el apoyo de los autores de los cortos, la Universidad del Cine de Buenos Aires y la revista Babia.

Idea y producción: Paulo Pécora.