lunes

otra de don Antonio

Como te iba diciendo, mientras esperábamos a los sociólogos, don Antonio me contaba anécdotas de su trabajo. Hacía veinticinco años que era chofer y le había pasado de todo. Una tarde me contó que en una época trabajó para un diplomático. El tipo era bastante quilombero y las minas lo perdían. Casi arma un problema en la embajada por no llegar a tiempo para no sé qué ceremonial. Ya le habían dado un ultimátum. La cosa es que el diplomático se pasó de farra, iba a llegar tarde de nuevo. Se sube al auto y le dice a don Antonio: ¿llegamos a la embajada en quince? Había que atravesar toda la ciudad, era una temeridad, una locura. Don Antonio le dijo que con ese auto lo llevaba a tiempo a Alaska si era necesario y aceleró. Iba por la avenida principal de San Salvador como si fuera una autopista. Ya cerca del centro, en una esquina pasó lo que mi papá dice que nunca hay que hacer. Iban cruzando un viejo con un pibe. El viejo avanzó y el pibito retrocedió. Error. No había tiempo para frenar, si lo intentaba siquiera podía perder el dominio del auto. Don Antonio hizo una pausa y me miró muy serio.
-Y qué hizo?, le pregunté. En eso, sentí que golpeaban la puerta de la van.
En la vereda, miraba para arriba un nene de más o menos cinco años. Tenía puestas unas medias de toalla inmaculadísimas que le llegaban a la rodilla y ojotas. Abrí la puerta y en inglés me invitó a tomar un refresco en la casa donde habían entrado los sociólogos. Me excusé como pude, yo quería saber qué había pasado con don Antonio. El nene insistió tanto que se me hizo imposible desairarlo. Yo le producía mucha intriga. El nene parecía no entender por qué una gringa hablaba un inglés tan malo como el mío. Estaba jugando con su primo con unos rastris. Mientras esperábamos, les pedí de jugar con ellos y me aceptaron con gusto. El nene de las medias era hijo de salvadoreños pero había nacido en Estados Unidos, estaba allí de vacaciones.
Parece que en El Salvador la principal exportación era de familiares. Todas las casas tenían por lo menos a alguien afuera que mandaba dólares (en ese momento ese dato me llamó la atención, estábamos todavía en la Argentina pre devaluación).
No llegué a tomarme el juguito cuando los sociólogos aparecieron desde el fondo. Mi sociólogo me miró con cara de pocos amigos. El ambiente estaba tenso. Parece que en mitad de la entrevista, la francesa peló la cámara de video y se puso a filmar las instalaciones de la fábrica de bombachas. A la dueña eso le cayó mal, se puso paranoica. Obvio, no le habían pedido permiso. Ella no sabía bien para qué era la encuesta, y ¿si le caía la DGI o como se llamara en El Salvador? La cosa es que los echó a patadas, a mí incluida en la volteada. Ni tiempo de despedirme de mis amiguitos de las medias blancas. En la van, el jefe de los sociólogos se descargó con la francesa, que era una falta de respeto, que no podía ir así prepoteando a la gente, que nena dónde estudiaste sociología... la francesita quedó llorando.
-Que se joda, por eurocéntrica y maleducada, me dijo por lo bajo mi sociólogo. A mí me gustó porque, obvio, la francesa me caía como el orto.
Tuve que esperar hasta que concertaran una nueva entrevista para saber qué había pasado con don Antonio, el diplomático, el viejo y el pibe.
-¿Y qué pasó?, le pregunté cuando pude a don Antonio.
-En ese momento pensé: y bueno, por lo menos el viejo ya vivió...
Se hizo una pausa. Don Antonio me miró con picardía.
-Le pasé a esto, un paso menos y lo embestía. El diplomático quedó blanco como un papel pero llegar, llegamos.
Con mi sociólogo no nos peleamos ese viaje. Poco faltó, pero eso es otra historia. Otro día te cuento en qué quedó todo y lo que nos pasó a la vuelta. Pero hoy no. Estoy cansada y tengo ganas de irme a dormir.

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