viernes

Adiós, Ines Poggetto

Ciao,
a l'é un sospir
l'é na carëssa.

Ciao,
son l'aria che respire
son ël profum dle fior.

lunes

sí, preciosa, vos también harás terapia

Los días feriados y lluviosos, mi familia se solía reunir alrededor del proyector para ver diapositivas. Era parte de nuestra memoria colectiva. Había varias series: mis hermanas y yo con gatitos, mis hermanas y yo en la plaza, mis viejos de vacaciones en Sierra de la Ventana cuando todavía nosotras no habíamos nacido. Y por lo general, esas diapositivas servían para contar siempre las mismas historias: El amigo de mis viejos nadando en lo que resultó ser una cloaca, la panza de siete meses de mi mamá cuando estaba embarazada de mí, nosotras chiquitas, mi papá flaco y con pelo y mi mamá usando la moda colorinche de la década del '70. Se trataba de un ritual familiar: Oscurecer la habitación, armar el proyector, colocar bien las diapositivas y que salieran al derecho y en foco. Yo lo disfrutaba mucho salvo por un detalle. Había una única foto que me sumía en la peor de las ansiedades. La esperaba con pavura y cuando aparecía, me dejaba paralizada de vergüenza. Escenario: la placita de Copetonas. Primer plano: una cola enorme y desnuda y para que no quede ninguna duda de la pertenencia, mi cara asomándose por detrás. Durante décadas sentí que esa foto era la culpable de mi timidez patológica. ¿A quién se le había ocurrido sacarme una foto haciendo pis?
Pasan los años y ahora es mi hija la que está pasando por una etapa nudista. No soporta la ropa ni los pañales y yo, que no aprendí nada, repito la experiencia.

miércoles

Queremos tanto a Audrey

Me faltan un par de páginas para terminar de leer una biografía de Audrey Hepburn. Me decepcionó tanto que podría abandonarlo ya mismo pero supongo que por una cuestión moral no me permito dejarlo inconcluso. ¿Cómo se puede hacer algo tan reiterativo y ramplón de un personaje tan carismático y atractivo? Fácil: poniendo fechas como único título (Capítulo 1, 1929-1939. ¿Qué es eso? Es preferible no poner nada, parece un ejercicio escolar); idolatrando tan sin pudor a la actriz que más que biografía parece hagiografía; tomando exclusivamente como fuente la trivia de las películas (¿qué me importa si el productor de tal película volvió a trabajar con ella tres años después en esta otra película?); usando siempre la misma reflexión para contar siempre lo mismo (los aciertos son por Audrey, las películas que no funcionan es por culpa de los otros). Creo que lo peor del libro es que el autor borra toda diferencia entre los personajes que Audrey interpretó en el cine y su vida privada. Esto lo vuelve muy limitado, muy pegado al fan.
La biografía, como género, me gusta mucho. Tiene algo de híbrido que habilita casi cualquier cosa, freakeadas incluso. Pero, como siempre, depende de la pericia, imaginación e inteligencia del escritor, de las cosas que se permite y qué le puede sacar a los datos con los que cuenta. Una foto puede contar una historia, el tema es hacerla hablar.
Queremos mucho a Audrey pero no queremos nada a Donald Spoto.

viernes

Prometí escribirte y no lo hice. Qué manejo choto de la culpa, sorry, es que vengo de un trajín que mamma mía. Después de días de dedicarme por entero a ella, basta que me siente dos segundos en la compu para que venga Abrojito a los gritos pelados y con ese paso de robot que tiene ahora a demandarme que juguemos un rato o le haga upa o le cuente un cuento. Creo que intuye mi incomodidad. En estos días estoy terminando el libro de la tesis y lo odio. Me da tanto odio que no lo termino de una vez y me pongo a hacer las diez millones de cosas que no estoy haciendo porque tengo que terminar esto primero. El sinsentido se me instala y no me lo puedo sacar del cuerpo. No voy a llorártela, ya la conocés.
Te cuento que hace más o menos un mes entraron chorros a casa. Fue espantoso (nunca mejor usado el término). Imaginate, cuatro de la mañana, estar durmiendo lo más pancha y de repente que entren cuatro tipos encapuchados en tu habitación. No sé porqué pero mi primera reacción fue de resignación: cagamos, pensé, cómo salimos de ésta. A pesar de dar órdenes enérgicas, en seguida aclararon que eran ladrones "a la vieja usanza", sólo interesados en las cosas de valor que pudiéramos tener. No puteaban, no estaban sacados, más bien parecían dedicados a exhibir con orgullo su costado profesional. Después la cosa se fue poniendo cada vez más bizarra. Los chorros querían saber por qué había tantos libros en la casa. Nico les dijo que por su trabajo, que trabajaba en el diario haciendo reseñas de libros. El momento cumbre fue más o menos así:
-¿Y qué estás leyendo ahora?, le preguntó el chorro.
-El Ulises de Joyce. -Le respondió mi marido.
-¿Y de qué se trata?
Ahí te quiero ver, ¿qué respondés en ese momento? Me acordé de las clases de Panessi, de las de Cerrato, de las discusiones de teoría literaria que pude tener en el pasado, se me cruzaron por la cabeza todas las vaguedades posibles, me acordé de una obra de Spregelburd en la que en una situación por demás absurda hablaban del Ulises como "un libro necesario, aburrido pero necesario." y mientras estaba en esa nebulosa escuché que mi marido le respondía: "es una de detectives y ladrones". Me reí (sólo él puede hacerme reír en esos momentos).
La cosa podría haber sido muy pesada, pero no lo fue tanto. Te ahorro la colección de lugares comunes que repito en estos casos. Sin embargo, entre todas las cosas, se llevaron unos anillos que habían sido de mi abuela. Yo los usaba de vez en cuando, en alguna fiesta. Vos sabés, yo no soy una mina de usar "joyas". Tengo amigas que sí, que sus maridos les regalan alhajas en ocasiones especiales. No es mi caso. Nunca lo fue y menos que menos con el marido que tengo. Si tuviera mucha plata, seguro no la invertiría en comprarme anillos.
Es raro pero siento que los chorros se llevaron algo de mi pasado. Me entristece pensar todas las veces que me disfracé con la ropa de mi abuela, que ella sí era de joyas y pieles y vestidos de fiesta. Yo adoraba ir a su casa, husmear en su placard que era enorme y olía al perfume Hermès. De todos, lamento la pérdida de uno de los anillos. Mi abuela me había contado que mi abuelo se lo regaló después de una gran pelea (típico matrimonio de los años cincuenta que arreglaba sus diferencias con regalos costosos). Ella lo estrenó en una función de gala del Colón y decía que desde que se lo puso fue como un hechizo. En vez de mirar el escenario, estuvo toda la noche con la vista fija en el anillo. La única vez que sentí algo parecido fue cuando me regalaron el album de figuritas de Sara Kay. Tesoros, ¿dónde habrá quedado? Creo que lo que me pasa es que extraño la parte de mí que no fue para poder ser la que soy hoy. ¿Muy rebuscado? Digo, todos dejamos cosas en el pasado y hoy (no sé si será la lluvia o qué) siento que perdí la referencia, ya no sé dónde ir a buscarlas.