miércoles

Primera vez que dono sangre. Según parece, alcancé la edad y el peso requeridos. Después de completar un cuestionario larguísimo donde preguntaban cosas como:
"ha usado ultimamente drogas ilegales por vía intravenosa": no
"ha pagado por sexo": nunca es gratis.
"se ha hecho tatuajes o perforaciones en la piel de manera poco segura": ¡espero que no!
Nos hicieron pasar a una habitación, luz de tubos fluorescentes y azulejos blancos. Ya me sentía enferma. Me toman la presión. 9,6. Es normal, les digo. Nos acomodan en unos sillones reclinables. Ya los quisiera en mi casa, tal vez con otro tapizado. La enfermera se acerca con una aguja gruesa como un caño. Mi brazo se ve finito en comparación. Me quejo. Respiro hondo. Me clava esa aguja de tejer en dos tiempos y después empieza a brotar la sangre, bien roja. Abrir y cerrar la mano al compás de la bomba que extrae.
Pregunto si es cierto que mi sangre vale doble. Como soy 0 - parece que le puedo donar a todos pero sólo puedo recibir de ese grupo y factor. A la enfermera se le abren los ojos, se entusiasma como un vampiro goloso. Lamento haber dado esa información durante la extracción. No me sobra tanta como para que me saquen demás. Mientras espero, así recostada toso delicadamente de costado y me hago la película. Ahora soy una heroína romántica y tuberculosa durante una sangría.

2 comentarios:

Martín Soto Florián dijo...

oh.

Vivi dijo...

qué lástima que no sigas con el blog.
me gustó mucho leerlo.