sábado

instantánea

Encontré una foto. Tengo once años y estoy en un crucero. Me habían invitado mis abuelos. Fue mi primer viaje.
Mucho viejo, mucho lujo, mucha trampa.
La comida era excelente. No volví a probar tantas cosas ricas. Comía jamón crudo desde el desayuno, todo el que quería. Pizza en la pileta y jugos de frutas en vasos con sombreritos. Probé por primera vez langosta. Ni hablar de los postres. Todo era exquisito.
Como la vida en un barco suele ser algo aburrido y claustrofóbico, te llenaban de actividades, la mayoría muy ridículas: tiro al plato, pruebas de talentos, karaoke. Los niños teníamos animadoras simpáticas que nos enseñaban coreografías. Había una necesidad de que todo fuera alegre y divertido. El problema era que yo ya no era tan niña.
Volviendo a la foto. Noche de carnaval. A mi abuela se le ocurrió disfrazarme de Carmen Miranda: muchos volados, mucho maquillaje y en la cabeza la canasta de frutas que te dejaban en el camarote. Para que no se cayera nada, mi abuela enhebró una por una las manzanas y bananas y me las ató en la nuca. El pelo disimulaba todo. Estaba claro que los adultos se habían ensañado. No había niño sin disfraz: mucho romano togado con sábanas, varios conejitos, algún que otro chaplin. Uno a uno nos hicieron desfilar por los salones. Aplausos. Baile. Elección del mejor disfraz.
Subimos a cubierta. Mi abuela sintió que era un momento kodak. Yo estaba adorable. La canasta me picaba. La cosa no iba a durar mucho más.
Pero en la foto en cuestión no estoy sola. Mientras mi abuela buscaba la cámara, pasó un papá-joven-con-niño disfrazado de Aladín. Tenía un turbante de color celeste o turquesa y una pluma rosa detrás de algo que brillaba. Supongo que sería brasileño, no me acuerdo, seguro que no hablaba español. El papá joven, seguramente recién divorciado, tuvo también la necesidad de perpetuar el momento de felicidad y le pidió a mi abuela si podía sacarme una foto con su hijo. Ahora éramos dos las criaturas adorables.
"Acercate un poquito más, nena, querés."
Lo que no intuyeron los grandes es lo único que puedo ver hoy de esa foto: el sultán y yo hermanados en esa absoluta incomprensión del otro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Y la foto?????

Anónimo dijo...

María,
Estamos esperando!, admitiendo que sea cierto que una imagen vale por mil palabras, a tu relato le faltarían 628 palabras, o sea que o las agregás, o ponés la foto y te queda un crédito de 372 que ya usaste!

ceci bon dijo...

será el crédito, nomás